Wiki Creepypasta
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Era una noche tibia a principios de abril y una paz profunda invadía el aire. Nos encontrábamos solos, la noche y yo. Era un momento ideal, en él podía volar en alas de lo arcano, de lo irreal, con mis sueños, con mis deseos, con mis anhelos, podía sentir aquel mundo tangible. Aunque sabía que este sentir nacía desde mis adentros, desde ese interior quimérico e incierto que se gestaba en mí tras el deseo de una forma de vida diferente; colmada de aconteceres fantásticos que poblaran toda mi existencia.

Se acrecentaba la noche, desde las sombras llegaban a mis oídos los sonidos comunes. Cuando, de pronto, algo alertó a las nocturnas aves que dormitaban sobre el viejo roble erguido en medio del no muy lejano cementerio, y se agitaron alborotadas. Yo desde mi ubicación no podía divisar nada que provocara aquello. Aunque, ciertamente, me hallaba algo lejos, sentado en el marco de la ventana de mi habitación en la planta alta de mi ancestral casa. Sin embargo, sí pude sentir sobre mi piel el inconfundible frío que sólo produce la proximidad de la muerte. Observé entonces con más detenimiento, buscando detrás de la arboleda del pequeño bosque que cerca el lugar, entre las sombras de las estatuas, cruces y criptas de aquel antiguo cementerio en plena destrucción por el paso del tiempo, pero no pude divisar nada extraño. Entonces, decidí entrar en mi habitación.

Aquella ventisca helada arremetía contra mí obligándome a dejar mi sitio, para buscar el cálido refugio de mi casa. Quise revelarme, el extraño presentimiento de algo inesperado me inducía a quedarme. Pero la ventisca, con más fuerza, me castigaba ahora. Estaba entumecido por el frío y me dispuse a entrar; cuando de pronto, divisé una imagen fugaz, de un blanco transparente, que vagaba entre las negruzcas y tétricas tumbas. Aún así, no experimenté terror alguno. Me di cuenta que necesitaba, desde muy adentro mío, creer en aquel submundo perdido en las tinieblas; una fuerza misteriosa me arrastraba a ello.

Me quedé inmóvil, contemplando aquel fantasma. Su vestido largo y sutil flotaba suavemente con la brisa, iluminándose con los rayos blancos de la luna. Al igual que los largos rizos de su claro cabello. Era una imagen fantástica, jamás, de los años que tengo, había visto u oído sobre algo así. Me hallaba próximo al encantamiento. No podía reaccionar, es más, no deseaba hacerlo. Pues sabía, que llegado el caso, perdería el misterioso hechizo que la bella ánima parecía infundir en mí y no quería permitir aquello. La sensación que experimentaba aquella noche, deseaba, desde lo más profundo, fuese eterna. Al cabo de fugaz momento desapareció, cubriendo de soledad al mausoleo y a mí. Permanecí allí varios minutos más, esperando su regreso. Pero no sucedió. Esta ansiedad perduró por días y cada noche, volví a mi sitio a esperarla. Luego de un tiempo, decidí no sentarme más en la ventana, creo que pensaba que ella había podido verme y por ello se ocultaba. Yo soñaba con ella. Durante varios meses dejé de contemplar el cementerio. Una noche creí enfermar por el dolor de ya no verla.

Como en una telaraña me sentía atrapado. Solo y desesperado vagaba por la casa. En mis delirios, cada sombra tomaba en los rincones la apariencia nefasta de la muerte. Llegué a encender cada una de las luces de mi casa. Ya no dormía, pues en los sueños, también la imagen de la muerte me acosaba. Hasta que cierta noche, sentí que una brisa fresca me envolvía. Fue entonces, cuando inmaculada luz blanca surgió desde uno de los muros de mi alcoba y envuelto en ella, se corporizó su espíritu y volví a verla. Suavemente se acercó a mí, tomó mis manos sin dejar que su tierna mirada se apartase de la mía. Al contacto con mis manos pude sentir las suyas, frágiles, delicadas y muy frías. Luego giró y sin soltarme, me guió por el camino. Una extraña bruma comenzó a cubrirlo todo lentamente, aún mi casa.

Nos alejábamos de ella poco a poco, acercándonos cada vez más al cementerio. Al llegar a él atravesamos los portales y, al hacerlo, comenzaron a surgir desde las tumbas las ánimas que se corporizaban y se arrimaban tétricas y semi-descarnadas. Tuve deseos de huir apresuradamente, más ella sujetaba mi mano y su mirada implorante me pedía que siguiera sus pasos. Lo hice. Así llegamos hasta una antigua cripta cuyas puertas de reja enmohecidas, se abrieron para darnos paso. Adentro se hallaban dos féretros antiguos cubiertos por mantos de encaje centenario. Se detuvo frente a ellos y, lógicamente, yo también lo hice. Mas busqué sus ojos, no podía entender lo que quería. Entonces, tiró los mantos al suelo quedando los cajones descubiertos, y a través del pequeño vidrio de sus tapas, pude reconocernos en el rostro de los muertos.

Ella volvió a sonreír tiernamente. Entonces comprendí por qué el aspecto abandonado de mi casa, y mi forma de vida diferente, quimérica e incierta…

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