Wiki Creepypasta
m (Bot: traslado de «Categoría:Mentes Trastornadas» a «Categoría:Mentes trastornadas»)
Etiqueta: apiedit
m (Ortografía.)
Etiqueta: Edición visual
 
Línea 1: Línea 1:
Esta historia probablemente goce de una fama que huye de mis manos, fundada en numerosos rumores, tenaces, polémicos, a partir de sinnúmero de bocas, de entre las cuales me identifico como un humilde portavoz más. Solo yo conozco el sentido real y los motivos latentes, el sentimiento impulsor, la humanidad de semejante "crimen", si se acusa abiertamente, en el colmo de la injusticia, a la antigua presa de perseguir hasta dar muerte a su cazador. Precisaré: principió aquella cálida tarde de abril, alrededor de las seis al poniente el disco solar expirando, cuando en soledad veía un programa televisivo que se oponía al bullying, argumentando lo pernicioso que resultaba para las víctimas. Con cierta amargura me sentí plenamente identificado: también yo había sido una pobre víctima. Gruesas lágrimas cayeron de mis ojos, pero entonces me enojé conmigo mismo. Y adquirí una nueva perspectiva, cruda, insospechada, que me satisfacía íntimamente... Algo desconocido hasta ese instante chispeó en mi pecho, inaguantable, despertando emociones divinas, ignoradas.
+
Esta historia probablemente goce de una fama que huye de mis manos, fundada en numerosos rumores, tenaces, polémicos, a partir de sinnúmero de bocas, de entre las cuales me identifico como un humilde portavoz más. Sólo yo conozco el sentido real y los motivos latentes, el sentimiento impulsor, la humanidad de semejante "crimen", si se acusa abiertamente, en el colmo de la injusticia, a la antigua presa de perseguir hasta dar muerte a su cazador. Precisaré: principió aquella cálida tarde de abril, alrededor de las seis al poniente el disco solar expirando, cuando en soledad veía un programa televisivo que se oponía al bullying, argumentando lo pernicioso que resultaba para las víctimas. Con cierta amargura me sentí plenamente identificado: también yo había sido una pobre víctima. Gruesas lágrimas cayeron de mis ojos, pero entonces me enojé conmigo mismo. Y adquirí una nueva perspectiva, cruda, insospechada, que me satisfacía íntimamente... Algo desconocido hasta ese instante chispeó en mi pecho, inaguantable, despertando emociones divinas, ignoradas.
   
 
Mi pubertad había recibido la dura marca del desprecio, encarnado en mis compañeros de clases, quienes se complacían vilmente en golpearme y hacer de mí el hazmerreír a causa de mi apariencia, de mis malinterpretadas palabras o de los dulces momentos en que mi madre me llevaba al colegio, despidiéndose con un beso en mi frente. Amargos recuerdos, sin duda, que anudaban la garganta. Volvían a mí, frescos, palpitantes, martirizándome desde el ardiente infierno de un pasado irreconocible y odioso... Los mismos profesores, con su fétido aliento a cigarrillos y alcohol, me reprochaban horriblemente mi "necedad": "¿Cómo? ¿Eres retrasado? ¿Por qué permites que se propasen contigo, tildándote de niño estúpido? ¿Realmente eres "especial", es que verdaderamente sufres un síndrome o algún problema psicológico severo?". ¡Terribles recuerdos! ¡Terribles porque hacía mucho tiempo que ese mísero muchacho había dejado de ser el mismo, callado, nervioso, retraído! Y, sin embargo, saboreé la ironía de tal vanidad: aún me dolían profundamente esos recuerdos que parecían vivientes, inaccesibles al perdón y al olvido. Ellos me hicieron infeliz, pero yo seré feliz, feliz, ¡muy feliz!
 
Mi pubertad había recibido la dura marca del desprecio, encarnado en mis compañeros de clases, quienes se complacían vilmente en golpearme y hacer de mí el hazmerreír a causa de mi apariencia, de mis malinterpretadas palabras o de los dulces momentos en que mi madre me llevaba al colegio, despidiéndose con un beso en mi frente. Amargos recuerdos, sin duda, que anudaban la garganta. Volvían a mí, frescos, palpitantes, martirizándome desde el ardiente infierno de un pasado irreconocible y odioso... Los mismos profesores, con su fétido aliento a cigarrillos y alcohol, me reprochaban horriblemente mi "necedad": "¿Cómo? ¿Eres retrasado? ¿Por qué permites que se propasen contigo, tildándote de niño estúpido? ¿Realmente eres "especial", es que verdaderamente sufres un síndrome o algún problema psicológico severo?". ¡Terribles recuerdos! ¡Terribles porque hacía mucho tiempo que ese mísero muchacho había dejado de ser el mismo, callado, nervioso, retraído! Y, sin embargo, saboreé la ironía de tal vanidad: aún me dolían profundamente esos recuerdos que parecían vivientes, inaccesibles al perdón y al olvido. Ellos me hicieron infeliz, pero yo seré feliz, feliz, ¡muy feliz!

Revisión actual - 11:41 21 sep 2017

Esta historia probablemente goce de una fama que huye de mis manos, fundada en numerosos rumores, tenaces, polémicos, a partir de sinnúmero de bocas, de entre las cuales me identifico como un humilde portavoz más. Sólo yo conozco el sentido real y los motivos latentes, el sentimiento impulsor, la humanidad de semejante "crimen", si se acusa abiertamente, en el colmo de la injusticia, a la antigua presa de perseguir hasta dar muerte a su cazador. Precisaré: principió aquella cálida tarde de abril, alrededor de las seis al poniente el disco solar expirando, cuando en soledad veía un programa televisivo que se oponía al bullying, argumentando lo pernicioso que resultaba para las víctimas. Con cierta amargura me sentí plenamente identificado: también yo había sido una pobre víctima. Gruesas lágrimas cayeron de mis ojos, pero entonces me enojé conmigo mismo. Y adquirí una nueva perspectiva, cruda, insospechada, que me satisfacía íntimamente... Algo desconocido hasta ese instante chispeó en mi pecho, inaguantable, despertando emociones divinas, ignoradas.

Mi pubertad había recibido la dura marca del desprecio, encarnado en mis compañeros de clases, quienes se complacían vilmente en golpearme y hacer de mí el hazmerreír a causa de mi apariencia, de mis malinterpretadas palabras o de los dulces momentos en que mi madre me llevaba al colegio, despidiéndose con un beso en mi frente. Amargos recuerdos, sin duda, que anudaban la garganta. Volvían a mí, frescos, palpitantes, martirizándome desde el ardiente infierno de un pasado irreconocible y odioso... Los mismos profesores, con su fétido aliento a cigarrillos y alcohol, me reprochaban horriblemente mi "necedad": "¿Cómo? ¿Eres retrasado? ¿Por qué permites que se propasen contigo, tildándote de niño estúpido? ¿Realmente eres "especial", es que verdaderamente sufres un síndrome o algún problema psicológico severo?". ¡Terribles recuerdos! ¡Terribles porque hacía mucho tiempo que ese mísero muchacho había dejado de ser el mismo, callado, nervioso, retraído! Y, sin embargo, saboreé la ironía de tal vanidad: aún me dolían profundamente esos recuerdos que parecían vivientes, inaccesibles al perdón y al olvido. Ellos me hicieron infeliz, pero yo seré feliz, feliz, ¡muy feliz!

Un extraño sentimiento de frustración mezclada con rabia dolorosa comenzó a impacientarme. Me afligían unas punzadas en el cráneo y en mis manos hervía la sangre, apretadas en sendos puños, tiñéndose sutilmente de un rojo irritado, a fuerza de contener el furioso resentimiento que luchaba por desatarse y consumirme. Debía saciar el hambre y la sed de un nombre atormentado, de un corazón atravesado de locura y rencor. Con la delicadeza de un hombre perspicaz, prudente y maduro, tracé un plan minucioso, perfecto, que obedece únicamente a las facultades de un intelecto fino y metódico.

Indagué en torno al paradero de quienes fueron mis verdugos, de cada uno por separado y sin inmutarme en las dificultades, la distancia física o los medios. Fuere donde fuere: desde una oficina pública de trabajo y una hermosa residencia de grandes proporciones a un edificio altamente protegido, habitado por diversas familias. Maté en orden, ridículamente escrupuloso: uno por uno cayó bajo la blandida hoja de mi cuchillo o la presión de mis manos estranguladoras, siguiendo la línea de los descubrimientos de sus localizaciones, vigilando expectante su recorrido diario y calculando fríamente las horas propicias a mis actos. Mi espíritu orgulloso y furtivo bebía de ríos de sangre incontenible, ebrio de venganza, aullando de oscuro placer...

12606128744 e5eaca2293 c

Empapado en abundante sudor y agitado, desperté. Limpié mi mojada frente con el dorso del brazo y me incliné ante la lámpara apagada para iluminar mis pensamientos, trastornado, aturdido: un sueño negro y retorcido, un sueño y nada más. Calcé mis zapatillas, procurando distraerme, y me dirigí a la cocina, pues la sed se había apoderado de mí como un bandido, en medio de la noche oscura.

Un insoportable hedor a cuerpos en estado de descomposición inundó mis narices cuando crucé frente a la pintada puerta del baño. Consternado, giré la perilla, y he aquí que, visibles por el halo de luz proyectado desde mi habitación, en la sombría ducha, el piso regado de charcos bermejos y junto al retrete rebosante de excremento yacían los cadáveres sanguinolentos, mutilados, despedazados, de mis antiguos agresores. No faltaba ninguno en verdad.... ¿Y este sosiego, y esta dicha? ¿Y esta sensación maravillosa que amo con pasión y deseo? Corazón mío, alma de mi alma, inexplicablemente quiero abrazarlos a todos, darles de mi copioso agradecimiento y de mi bondad aunque no me retribuyan el saludo... Soy feliz, feliz, ¡muy feliz!