Wiki Creepypasta
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"La mente de un infante, en especial uno que no tuvo la educación adecuada, jamás sabrá distinguir entre el bien o el mal".

Esa es la definición más acertada de inocencia que he escuchado en mi vida. Para mí, esa es la moraleja de esta historia que escuché cuando era apenas un niño. (Hey, de veras la escuché. Esta historia no es mía; no la inventé… o al menos no la mayoría; solo las partes de las que no me acuerdo).

Era viernes y Alondra ya había hecho planes para salir con sus amigas. Ellas se habían presentado a la oficina, ya listas para salir en la noche a un bar llamado "Ches", pero Alondra aún tenía que ir al departamento a cambiarse, pues no toleraba vestirse de fiesta en el trabajo. Cuando terminó la jornada de trabajo, sus amigas se marcharon al bar y le hicieron prometer que no faltaría, a lo que ella aceptó.

Fue a su apartamento, que estaba en el mismo complejo en el que la mayoría de sus amigas tenían el suyo. Se ducho, se maquilló, eligió una blusa satinada de color morado con escote y una falda de mezclilla para ponerse; comió un sándwich antes de ir a lavarse la boca y se acomodó el cabello una vez más antes de estar lista para irse. Tomó las llaves del auto y la casa, y su bolsa para ir a encontrarse con sus colegas... pero jamás llegaría a la reunión.

Apenas estaba caminando a la puerta cuando alguien tocó tres veces. Ella se asomó por el visor y no vio nada, pero la puerta volvió a sonar. Entonces notó la parte superior de la pequeña cabecita. Quitó el cerrojo y abrió la puerta para descubrir a una pequeña de 6 años de cabello negro y un poco enmarañado, y de apariencia enfermiza, que estaba parada en el umbral con los ojos al piso, casi cerrados, las manos a ambos lados y semblante triste.

“¿Qué se te ofrece, cielo?”, le preguntó Alondra a la pequeña, a lo que ella respondió:

“Tengo frío; quiero entrar”.

La respuesta desconcertó a la mujer. Se asomó a ver si no había nadie más en los pasillos, y luego volvió a ver a la pequeña.

“¿Vives por aquí? ¿Dónde están tus padres?”.

Pero ella no contestó nada más. Esto, combinado con los pocos modales que la pequeña demostró al hablarle, le dio muy mala espina. Pero la pequeña estaba pálida por el frío, y su apariencia sugería que, efectivamente, estaba desnutrida. Decidió dejarla pasar a su cuarto y ofrecerle una manta para que recuperara el calor mientras ella iba a hablar con el portero. La llevó hasta su cama y le ofreció su cobija.

“Espérame aquí mientras voy por alguien que te lleve con tus padres, ¿ok?”.

Pero, antes de que se diera la vuelta, la niña dijo:

“Tengo hambre; dame de comer”.

Alondra se quedó en su lugar, algo ofendida por su manera de pedírselo. Pensó en sacarla de la casa e irse al bar, que era lo que debería haber hecho cuando ella tocó la puerta. No tenía ninguna obligación. Fue a la cocina y vio el refrigerador.

“Solo tengo lonches”, le dijo a la niña, y ella siguió mirando al piso.

Volvió a considerar echarla al pasillo e irse, pero se puso a prepararle un sándwich de mala gana. Le puso mayonesa, jamón, un cuadro de queso amarillo; se volvió a la puerta de su cuarto, donde estaba la huésped mirándola preparar comida (más o menos, pues sus ojos seguían viendo el suelo) y agregó unas hojas de lechuga, una rodaja de cebolla y una ruedita de tomate. Se lo puso en un plato y se lo dio. La niña lo tomó y comenzó a comer de una manera bastante pasiva para ser alguien que aparenta tanta hambre. La mujer se sentó a un lado para verla comer, y admirar su inmutabilidad. La pequeñita nunca apartó sus ojos de su comida hasta que terminó. Alondra le puso un vaso de jugo, que bebió de un solo sorbo.

“¿Cómo te llamas, cariño?”, le preguntó.

“Estefanía”, dijo la niña.

“¿Y dónde vives?”.

Ella no contestó. Entonces Alondra pensó que sería el mejor momento para levantarse, ir a donde el portero y…

“Quiero más”, dijo Estefanía sin levantar sus ojos del plato.

La mujer suspiró y le preparó otro sándwich igual al anterior. Se lo puso en el plato y esperó a que terminara de comer mientras trataba de contactar con su celular a sus amigas para decirles por qué se estaba demorando.

Cuando la niña había terminado, apartó el plato de sí, se levantó y se dirigió a la puerta. La anfitriona le dijo que esperara, pero la pequeña abrió la puerta y salió. Cuando Alondra llegó hasta el umbral y salió al pasillo a buscarla, ella ya no estaba. Miró en ambas direcciones, pero no vio más que lo mismo en todo el pasillo.

"Bien, pudo haberse ido corriendo", se dijo Alondra, quien siempre ha sido una persona por sobre todas las cosas racional. ¡Ah, bueno! Le habían demorado.

Fue al bar, pero ya no encontró a sus amigas y no se sentía de humor como para andarse sin ellas. Volvió a su departamento y se desvistió, se puso su ropa de dormir y se fue a la cama; la pequeña indigente le había arruinado la noche. No podía arrepentirse de lo que hizo, pero tampoco estaba contenta.

Al día siguiente se levantó, fue a prepararse un café, luego se preparó para ir a casa de su madre como todos los sábados. Pero, antes de salir, vio que alguien había deslizado un papel bajo su puerta. Lo levantó: era una nota escrita con una ortografía y un tipo de letra muy mala, típica de un infante.

Gracias por tu manta y tus lonches. Ya no te molestaré más. Eres una buena persona. No como tus amigas, que no me quisieron abrir la puerta, y me las tuve que llevar al infierno.

 

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"ESTEFANÍA”


Un saludo al programa radiofónico, La Mano Pachona... si es que aún existe.

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