Wiki Creepypasta
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—Mire, después de que nos vimos la última vez, platiqué con mi tía Ángela acerca del sueño de Carlitos. Ella también insistió en que lo intentara. Conoce esas plantas y me dijo que son muy buenas. Así que fui a un mercado cercano a comprar las yerbas y fui a la iglesia por agua bendita. A partir de ese día, todas las noches le doy sus baños a Dany. Al principio pensé que la imaginación me hacía ver que la piel de mi hija se regeneraba, pero ella también lo notó. Además, a partir de los baños comenzó a dormir más tranquila y las crisis son ahora menos frecuentes.

En efecto, el aspecto de Daniela era mucho mejor.

—Juan Ramón —siguió Raquel—, estamos muy felices. Deje que los médicos vean a mi hija y tampoco lo van a creer. Y dígame, Juan Ramón, ¿usted cree que si continúo aplicándole los baños mi hija se curará definitivamente?

—Es difícil responderle, Raquel. Dios quiera que así sea, pero quisiera que me diera la oportunidad de que un grupo cristiano de liberación intentara, mediante oraciones, ayudar a su hija.

—Mire, Juan Ramón, no sé de qué se trata eso, pero estoy tan desesperada que acepto cualquier ayuda para que Dany esté nuevamente bien.

Le expliqué que estaba convencido de que la forma más efectiva de liberar a una persona es por medio de la oración y mencioné que el grupo tenía años de haberse formado y sus integrantes poseían experiencia en este tipo de casos. Raquel accedió y quedamos de acuerdo en que el próximo fin de semana regresaría con mis amigos.

Llegó la fecha acordada y una oncena de jóvenes dedicados a la oración y yo visitamos la casa. Recuerdo bien que era la noche de un domingo lluvioso, un toque tétrico para esa experiencia que no he podido olvidar.

Raquel nos ofreció café e hizo al grupo una reseña de lo que sucedía en ese lugar. Tomó de un mueble varios documentos con los resultados de diversos exámenes médicos y algunas placas radiológicas, mostró todo y refirió ciertos pormenores de su pesadilla.

Llegó el momento de la liberación. Darío, jefe del grupo, Raquel y yo nos dirigimos a la habitación de Daniela, mientras los demás preparaban lo necesario para llevar a cabo el ritual. Al entrar a la habitación el olor a amoniaco estaba presente. La joven se hallaba tranquila y conversamos unos momentos con ella. Darío le explicó que llevaríamos a cabo un ritual de liberación y le pidió que estuviera tranquila y pensara únicamente en Dios, porque él la iba a ayudar a salir de la pesadilla.

Raquel le recordó a su hija que comiera. Sobre la mesita de la computadora había un plato con arroz y otro con pollo, y ella no había probado bocado. Daniela se sentó frente a la comida dispuesta a ingerir los alimentos, mientras Darío y yo, en voz baja, hablábamos con Raquel de algunos detalles, como disponer una silla en el centro de la recamara y atar a Daniela con una sábana para que no lastimara a nadie ni se lastimara ella misma.

En ese momento, Daniela emitió una espeluznante carcajada y azotó los platos en el piso. En seguida —y eso me impresionó en alto grado— se levantó de la silla y se dirigió a nosotros, que nos encontrábamos a unos tres metros de ella. Daniela no caminaba, era como si algo o alguien la sostuviera de los hombros y ella se deslizara arrastrando la punta de las pantuflas. Su mirada era imponente y rezumaba odio, y al hallarse cerca de nosotros dijo con voz gruesa y cavernosa:

—¡Pende…! Creen que me van a sacar. Entiendan que ella es mía y me la voy a llevar, así que lárguense de aquí, pinch… entrometidos, porque los voy a matar.

En el acto ella se desplomó al suelo desmayada. Darío y yo la cargamos y la condujimos a su cama, mientras Raquel traía alcohol para reanimarla. Darío salió de la recámara para informar a sus compañeros lo que había sucedido y apresurar los preparativos de la liberación. Yo me quedé con Daniela en la habitación, reanimándola, y más tarde la joven recuperó el sentido. En seguida el grupo entró al cuarto. Llevaban una silla de madera que colocaron al centro de la habitación y dos mujeres del grupo le indicaron a Daniela que se sentara, pues la iban a amarrar.

No sé si eran mis nervios, pero el ambiente se empezó a enrarecer. Cada uno de los presentes tenía una Biblia en mano, incluida Raquel, que me miraba con ojos de angustia. Alguien del grupo indicó a los presentes que no dejaran de orar vieran lo que vieran, escucharan lo que escucharan. Una vez iniciado el ritual, debía que llegar a su fin, y si alguno de los presentes tenía miedo, era preferible que saliera de la habitación.

Después de un breve silencio, inició el ritual de liberación. Daniela, sujeta de pies y manos a la silla, también oraba. Todo se encontraba en aparente calma y de pronto se hizo presente un aire frío salido solo Dios sabe de dónde.

Daniela perdió el conocimiento, pero las oraciones no cesaron. Minutos después la joven expulsó un sonoro eructo y unos alaridos que ensordecían; comenzó a forcejear con las ataduras y todo hacía suponer que se las arrancaría. En ese instante Raquel rompió en llanto y quiso acercarse a su hija; dos mujeres la sacaron de la habitación y continuamos orando.


Otras partes:
  • Parte VII

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