Wiki Creepypasta
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Andrei Petrovich era un trabajador de la fábrica de cervezas de su ciudad natal, Chernobyl. Tenía muchos amigos con los que pasaba sus ratos de ocio y su mujer Tatiana Kodlov se dedicaba a cuidar a los niños en casa. Tenían tres hijos, Dimitri, Petrov y Andrei como su padre y se llevaban dos años entre ellos. 

Aquella mañana Andrei tenía una comida en el instituto donde iban sus hijos. Celebraban el veinte aniversario y esperaba que hubiera comida gratis para todos. Andrei se reuniría allí con Tatiana y sus hijos en cuanto saliera de trabajar. Tenía un hambre de lobo y estaba deseando que el reloj indicara las cinco de la tarde para salir, coger el coche y encontrarse con su familia. Muchos amigos suyos de borracheras estarían por allí con sus hijos. Casi todos los vecinos del barrio acudirían, incluso aquellos que no tenían hijos en el instituto. No era normal tener comida gratuita y las cosas no estaban como para desechar una invitación así. 

El reloj alcanzó la hora y sonó el timbre de la fábrica que indicaba el fin del funcionamiento de las máquinas. Al fin era libre. Se puso la chaqueta de cuadros y recogió su mochila. Pasó la tarjeta perforada por el chisme que chequea la hora de salida, se despidió de sus compañeros con un escueto "hasta mañana" y salió directo al coche.

Cuando se subió y arrancó notó que algo no iba bien. Escuchó un extraño ruido y el coche apenas se movía cuando aceleraba. Se detuvo, salió y observó qué podía pasar. - No puedo creerlo. La rueda pinchada en el peor momento. Increíble…

Sus reniegos no cesaron mientras abría el maletero y sacaba las herramientas y la rueda de repuesto. Metió el gato bajo el coche y con la palanca lo elevó. Sacó los tornillos, quitó la rueda, volvió a poner los tornillos, bajó el coche y volvió a mirar el reloj. Eran las cinco y media. Se sintió desfallecer porque la comida duraba hasta las cinco y media y todavía tenía que llegar. Se metió en el coche y se lanzó por la carretera a más velocidad de la permitida. Pensó que aún podía llegar a los pasteles. Un coche patrulla le persiguió y le hicieron gestos de que parara. Se detuvo y aceptó la multa sin rechistar firmando el papel de recibo y todo. Eso se llevó otros diez minutos de su apretada agenda y volvió a renegar mientras, a la velocidad normal, continuaba su camino al instituto. 

Cuando llegó eran casi las seis y su familia no le había guardado nada. Pensaron que no iría porque estaría cansado y que comería en casa y tampoco pudieron coger tantas cosas para ellos, en cuanto se abrió la puerta la gente acudió como loca a coger bollos, bocadillos, refrescos, cervezas. A las cinco y diez de la tarde las mesas estaban tan vacías que no quedaban ni servilletas. Andrei puso los ojos en blanco cuando su mujer le dijo eso. 

- ¿No pudiste guardarme algo? Me muero de hambre. - Lo siento cariño, los niños se comieron casi todo, apenas probé dos cositas. - Genial, vámonos a casa. A ver si como algo. - Quiero quedarme a los juegos - gritó su hijo menor, Dimitri. - Cielos, no me digas que hay juegos - se dirigió a su mujer. - Cariño, es una fiesta para niños. Es normal que haya juegos.

Aquello terminó de torturar el estómago de Dimitri. Ver a sus hijos haciendo carreras de sacos por el patio del instituto y que ninguno de ellos quedara ni entre los diez primeros era desalentador. Lo único que deseaba era llegar a casa y rogar a Dios por que la nevera tuviera algo de comida.

Cuando estaban saliendo del instituto vio gritar a una señora al director. Este no se quedó callado y le contestó. - Y no vuelva a aparecer por aquí o llamo a la policía, ¿me ha entendido? Vieja bruja. - ¿Qué ha pasado? - preguntó Tatiana, pacificando la situación. - La vieja ésta merodeaba por la cocina. Le dije ayer que no tenía comida de sobra y que se fuera a pedir a otra parte y qué te parece, me la encuentro hoy mirando a todos comer, esperando que alguien dejara algo. 

En ese momento salió una cocinera corriendo de la cocina llevando en la mano unos extraños odres negruzcos con los guantes, con gesto de asco.

- Señor, mire esto. Esa mujer trajo algo aquí que ya no está. Creo que pudo echar algo en la salsa de los bocadillos, lo encontré la mesa donde se preparaba.

La mujer mayor le quitó los odres y se marchó. - Solo quería recuperar los recipientes - dijo mientras se iba. - ¿Ha echado algo en la comida? - preguntó el director. - Yo solo quería comer. Ahora atragantaros todos - exclamó la vieja sin detenerse a mirar atrás. Mañana vendré a pedir comida y toda será mía.

Tatiana miró con preocupación al director. Este la miró con orgullo. - ¿Cree que pudo envenenar la comida? - dijo la mujer de Dimitri. - Quizás… pero ya es demasiado tarde. Crucemos los dedos para que mañana solo tengamos diarrea.

Dimitri observó a su familia. Los niños tenían cara de angustia y Tatiana se llevó la mano a la boca. - Amor, seguro que fueron cosas inofensivas, asquerosas pero inofensivas. - ¿No sabes quién es esa mujer? - le dijo ella, preocupada - ¿Una vieja chiflada? - Es una bruja que se dedica al Vudú.  - ¿No creerás en esas supercherías? - No, en sus supercherías, pero esa gente conoce venenos espantosos. - Si fuera veneno ya estaríais todos muertos. No seas dramática, vamos a casa y así aprenderéis a no comeros todo y dejarme algo a mí.  - ¿Nos van a salir ampollas mama? - ¿Nos convertiremos en sapos? - dijo otro. - No, hijo. Solo nos quería asustar - ni ella misma podía creerlo pero Petrov eligió creerla, al igual que toda la familia.


La noche llegó y ninguno mostró síntomas de nada. Si esa mujer había echado algo a la comida era inofensivo. Solo quiso asustar al director, pensó Dimitri. No tenían mucha comida en casa y tuvo que conformarse con dormir con una manzana en el estómago.  Al día siguiente Dimitri escuchó el despertador. Otro día de trabajo. Su mujer ni se movió, cosa extraña ya que ella solía despertarlo.

Se vistió, se puso su corbata, su chaqueta de cuadros y salió hacia el coche. Lo que vio le sorprendió un poco ya que a esas horas las calles estaban más despejadas y sin embargo todos los coches estaban aparcados como si fuera más temprano y nadie hubiera salido. Miró su reloj y se cercioró que estaba en hora. Miro el día de calendario y no era el mes que cambiaban la hora. Se encogió de hombros y se metió en su coche para trabajar.

 Lo que vio en la carretera sí le dio escalofríos. No había ni un solo coche. Era hora punta y estaba completamente solo en la carretera que iba al polígono industrial. Era inquietante, como si su reloj fuera el único que marcaba esa hora. Se preguntó si no sería un día festivo pero no, era 30 de abril, miércoles.  Aun así siguió su camino hasta la fábrica y no encontró ni un solo coche en la puerta. Se preguntó si era una extraña pesadilla. Entró y pasó su tarjeta perforada por la máquina.

Eran las 8 de la mañana y la alarma de la fábrica no sonó. Eso debía explicarlo todo, su reloj se había adelantado y debía ser mucho más temprano.

El Sol aún no salía (según su reloj) hasta las nueve. Buscó el reloj del centro de la fábrica y vio que marcaba la misma hora que el suyo. Eso dejó de ser inquietante y se convirtió en aterrador. - ¿Dónde demonios está todo el mundo? Fue al despacho del director de la fábrica y el despacho estaba cerrado con llave. Allí no había entrado nadie desde ayer. - ¿Este hombre tampoco? Pero si viene hasta con cuarenta grados de fiebre… Esto no me gusta. Entonces recordó a Tatiana, que no se había movido de la cama cuando él se levantó. Sintió que eso mismo le había pasado a todo el mundo menos a él. Su memoria trajo de vuelta a la vieja bruja y sus últimas palabras "ahora atragantaros todos". - No, no, no - dijo nervioso, pensando en su familia. Volvió a su coche y a 120 km/h voló por la carretera donde la ley solo permitía 50.

Vio al coche patrulla y dio gracias a Dios. Lo malo fue que pasó de largo y la policía no le siguió. El coche permaneció en la cuneta. Esto se salía de lo normal, los policías estaban allí pero no se habían dado cuenta de su velocidad. Frenó en seco el coche y dio la vuelta, la carretera estaba desierta así que no tuvo problemas en hacer el giro completo. Se detuvo junto al coche de policía y vio a los agentes dormidos. O muertos... Se acercó con cautela al coche haciéndoles gestos con las manos. - ¡Agentes! - exclamó. Ninguno se movió. - Tan borrachos no pueden estar - se dijo Dimitri. Se acercó a la ventanilla y vio lo más espeluznante que había visto en su vida.

Sus cuerpos estaban desgarrados como si un grupo de animales les hubiera devorado las entrañas. Todo el interior estaba salpicado de sangre. Eso le dio tanto miedo y asco que corrió a su vehículo con ganas de vomitar y con miedo a que esas criaturas estuvieran aún merodeando y llegaran y le devoraran a él.

- Cielos... - ya en el volante se puso muy nervioso y olvidó por un momento a dónde se dirigía. - ¿Qué diablos les ha matado? Tengo que salir de aquí. Volvió a poner al límite su Volswagen a 160 km/h hasta llegar a su casa. El barrio seguía lleno de coches y el Sol estaba saliendo.

se había levantado. Corrió a su casa y se dirigió a su habitación. Su mujer seguía allí tumbada, en la misma postura que la dejó. - Tatiana - dijo con el terror pegado en la garganta -. Tatiana, cariño despierta. No ocurrió nada. Tatiana no parecía ni respirar. La destapó y la miró bien con la luz encendida. Su piel había adquirido un tono blanquecino y amoratado. Estaba muerta. Las rodillas le fallaron y cayó de bruces al suelo.

Sus manos comenzaron a temblar y sus dientes empezaron a castañear con un sonoro ruido. - Tatiana, Tatiana, tú no, no puedes estar muerta... Sus piernas recobraron fuerza en cuanto pensó en los niños. Se levantó y corrió hasta su cuarto.

Abrió su habitación y los encontró inmóviles en sus literas. Uno a uno verificó que estaban tan muertos como Tatiana. Su cuerpo se quedó sin fuerzas, se encogió sobre su estómago y con gran esfuerzo trató de respirar. Cuando logró inhalar una bocanada de aire fue para después expulsarla con un grito agónico de dolor insoportable. Todo cuanto tenía en el mundo había desaparecido y no sabía por qué razón el no estaba muerto como todos los demás. Sus lágrimas bañaron su cara y su cuerpo temblaba sin control.

Deseo morirse, reunirse con ellos, pero antes tenía una cosa que hacer. Ese pensamiento le dio renovadas fuerzas, solo le quedaba una cosa por hacer y era matar a la bruja y hacerle pagar por todo el sufrimiento que le había causado. Después se mataría a sí mismo.

Se levantó, animado por la ira irracional, se dirigió a su coche y volvió al coche de policía. Les quitó las armas y después volvió a su coche.

Fue al instituto y no encontró a nadie. Tenía que pensar... ¿Dónde podría sobrevivir una vagabunda por la noche en plena Ucrania? Esa noche debieron bajar de los veinte grados bajo cero. - Vudú - recordó. Buscó una cabina telefónica y buscó por esoterismo. Aparecieron tres nombres en su barrio.  Se preguntó si esa muerte había afectado a todos los habitantes de Chernobyl o solo a la gente del instituto. De cualquier manera, si esa bruja seguía viva, sin duda era la responsable de tan brutal genocidio. 

Iba a meterse en el coche con las tres direcciones que encontró cuando la vio aparecer a lo lejos. La vieja caminaba como si no hubiera pasado nada y se dirigía hacia allí. Decidió esconderse para que no le viera. La vieja entró en el instituto y fue directa a la cocina. Él la siguió con disimulo desde lejos y la vio entrar en la despensa. La vio sacar un saco de unos tres kilos de algo así como polvo blanco envuelto en plástico. Pensó que estaba aprovechando para robar en el instituto y no lo vio mal.  Entonces la vieja esparció todo ese polvo por el suelo y le dio forma de círculo. Esparció los polvos mientras reía y cuchicheaba algo. - Ha sido pan comido, querido - decía -. La ciudad es nuestra. Eso encendió la cólera de Dimitri hasta tal punto que no fue consciente de sus actos. Salió de su escondite y le gritó a la vieja: - ¡Puerca genocida! ¡¡Muere!! La vieja le miró con completa incredulidad. Lo pudo ver en sus ojos el poco tiempo que se mantuvieron en su sitio pues la disparó en el rostro a bocajarro. Su sangre regó las paredes y el polvillo blanco quedó a medio esparcir.  El disparo pareció remover las entrañas de la tierra. De pronto todo se volvió ruido. Al principio Dimitri pensó que era el eco del disparo y las náuseas que sintió. Poco a poco distinguió lamentos por todas partes. Cada vez más y más numerosos. Salió del instituto y pensó que se estaba volviendo loco, creía escuchar a fantasmas.  Entonces vio que una persona se asomaba a la ventana de una casa, frente al instituto. Su mirada no era curiosa, ni temerosa. Tenía la mirada perdida como sonámbula.  - Al fin una persona viva - exclamó él, eufórico -. ¡Oiga! No se preocupe, ya he matado a la que envenenó a todos. Pronto vendrá una ambulancia… Cuando le dijo eso la mujer rompió el cristal de su casa con su cabeza y su cuerpo cayó fuera, desangrándose con los cortes que ella sola se había hecho.  - Cielo santo, ¿qué esta haciendo? Le he dicho que pronto… Corrió a auxiliarla pero no dio ni dos zancadas y se quedó paralizado. La mujer se había levantado como si nada y le miró como si viera un muslo de pollo humeante y calentito delante de ella, justo donde estaba él.  - Señora, no se mueva, llamaré a una ambulancia. Se está desangrando,… Ella no le hizo caso, corrió hacia él y se le tiró encima mordiéndole el antebrazo como una fiera salvaje. Mordió tan fuerte que le arrancó un pedazo de carne y él, instintivamente la alejó a patadas mientras ella disfrutaba del festín. - ¿Qué le pasa? - gritó -. ¡Se ha vuelto loca! Como un resorte elástico la mujer se levantó de un salto y volvió a tirarse a por él con la boca sangrante por delante. Dimitri usó su arma y le voló el pecho. La mujer se detuvo, jadeó, se tambaleó y se llevó las manos al pecho. Cayó al suelo pero siguió acercándose a él como pudo, arrastrándose. Entonces todo lo vio claro. Los policías habían sido asesinados por otras personas que sufrían ese mismo mal. Aunque podían ser personas o animales.  - Esto es una pesadilla - se dijo Dimitri. Corrió a su coche y huyó de allí. Debía ir a su casa y refugiarse allí. Los pocos supervivientes que quedaban ahora estaban endemoniados o algo así. - Por favor, quiero despertar, quiero despertar. Es una pesadilla. El coche le llevó a su casa, pero en el camino encontró más gente loca que buscaba qué comer como si no supieran apenas andar. Cuando veían acercarse el coche corrían a por él y no le esquivaban. Se llevo a varios por delante. Eran inagotables. Los dejó atrás sin problemas y aparcó junto a su casa. Se metió dentro y se cerró con todos los cerrojos que tenía. Bajó todas las persianas y ventanas y se fue a su sala de estar a descansar. Escuchó lamentos en el exterior de su casa. Algunos no debieron morir con el veneno y ahora era como si hubieran perdido su humanidad. Eran animales depredadores en lugar de humanos. Entonces fue cuando su mujer irrumpió en el salón. Él no quiso mirarla, sabía que debía ser como ellos y pensó que se e echaría encima para comer su carne. No se atrevió a mirarla porque la amaba demasiado como para dispararla. Si ese debía ser su final, lo aceptaría sin resistirse. Ella caminó normalmente hacia él. Se sentó a su lado y encendió la televisión. Salieron las noticias. Dimitri quiso mirarla pero estaba tan natural viendo la tele que prefirió imitarla y no mirarla directamente. ¿Era posible que estuviera sala y salva? - Centenares de familias entran en una locura colectiva en el oeste de Chernobyl. Dicen que algún virus de la rabia les ha afectado a todos. Aquí tienen imágenes tomadas por un helicóptero de cómo varios vecinos se abalanzan sobre uno que iba armado y lo devoran vivo. El video era escalofriante, en imágenes de infrarrojos vio unas personas no armadas acechando a un hombre armado. Éste las disparaba y no se detenían, se le acabaron las balas y aprovecharon para echarse sobre él y lo descuartizaban a mordiscos. - ¿Que les ha pasado a todos? - dijo, esperando que su mujer contestara con escasas esperanzas. Ella le miró. Su mirada estaba perdida pero no como la mujer que le atacó sino como si estuviera vacía por dentro. - ¿Cómo estas?  - No bien - dijo ella. - ¿Tienes idea de qué ha pasado? - No me podía mover - replicó ella-. Estaba despierta y te sentí cuando fuiste a trabajar, sin embargo no pude levantarme. - Pero ahora sí. - Ahora puedo. - ¿Qué les pasa a todos? ¿Por qué se atacan? Pensó que ella era inmune a lo que le había pasado al resto y aunque no esperaba que supiera la respuesta dijo en voz alta las dudas que tenía. - No tienen un amo - dijo ella -. Yo tengo amo. - ¿Crees que necesitan a alguien a quien seguir? - Sí. - ¿Puedo hacer que me sigan a mi? - No. - ¿Por qué? - Soy tuya, haré lo que me mandes porque me llamaste de entre los muertos. A ellos no les ha llamado nadie y solo obedecen a sus instintos. Dimitri recordó que cuando la vio muerta pronunció varias veces su nombre. Tatiana estaba consciente, como en estado hipnótico y ahora creía que él era su amo por haberla llamado.  - Si puedes hacer lo que te mande, te ordeno que seas como antes. Que vuelvas a ser mi Tatiana. - Eso no es posible, amo. - ¿Por qué? - Porque Tatiana ya no está. Este cuerpo ya no tiene alma. - ¿Quien eres tú entonces? - Tu esclava. - ¿Puedo hacer contigo lo que quiera? - Soy tuya. La apuntó con la pistola en la sien.  - ¿Puedo disparar entonces? - Si es lo que deseas - dijo ella sin emoción. Su dedo apretó ligeramente el gatillo pero no disparó. Escuchó un helicóptero y se levantó de un salto. Abrió la puerta y se puso a hacer señales con los brazos. No se percató de que había muchos de esos seres sin alma merodeando por allí y al verle corrieron como leones a por él. El helicóptero emitió un rallo de luz hacia él, los zombis le rodearon. Les disparó pero las balas no les afectaban aparentemente. Siguió disparándoles mientras el helicóptero se alejaba de allí hacia arriba.  - ¡No se vayan! ¡¡Estoy vivo!! Justo cuando el helicóptero se inclinaba vio que dejaban caer algo. Al principio pensó que sería una escalera para subir él. Sin embargo vio claramente que una pieza de metal del tamaño de una sandía comenzó a caer y caer. El aparato se alejó bastante en cuanto lo soltaron. A medida que caía distinguió más claramente lo que era... una bomba. A diez metros del suelo explotó.  Dimitri murió horrorizado viendo cómo se carbonizaba todo su cuerpo. Su último pensamiento fue que al fin encontraría el alma de su esposa y sus hijos y por una vez desde que vio a su familia muerta se sintió feliz justo antes de perder el sentido y morir carbonizado. 


El gobierno había recibido noticias de lo ocurrido y decidió lanzar una bomba atómica para prevenir riesgos de contagio al resto del mundo pensando que podía tratarse de una enfermedad letal. Calcularon el ritmo de contagio y supieron que en menos de una semana no quedaría persona con vida en todo el planeta. La única solución propuesta por los militares fue desintoxicar la zona con una explosión. Dado que no tuvieron ocasión de investigar lo sucedido y dado que había diversos laboratorios de armas biológicas en Chernobyl, el Kremlin decidió por unanimidad ocultar los hechos al mundo e inventaron una fuga radiactiva en la central nuclear. Dijeron que sus instalaciones llevaban años con necesidad de reforma, cosa que era totalmente cierta. Nadie puso en duda su palabra y cada gobernante tomó las medidas oportunas para que la nube radiactiva no causara daños colaterales. Rusia, para proteger la verdadera historia creó un cerco militar permanente en torno a Chernobyl para que ningún investigador encontrara pruebas de zombis. En las verjas escribieron claramente que hasta dentro de cien años esas tierras eran letales para cualquier ser humano que se introdujera en ellas.  Lo que no pudieron evitar fue la difusión del video que se emitió en las noticias el día anterior y que multitud de televisiones emitieron en todo el mundo preguntándose si se trataría de algún macabro montaje a costa de las víctimas de Chernobyl. Nadie creyó que fuera real.


Nota final: El polvo de zombificación es real y lo usan los chamanes Haitianos. Es una realidad en la cultura Vudú. Fuente: "La serpiente y el arco iris" - Wade Davis, pasada al cine por Wes Craven .

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