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I Amanda caminaba con serenidad, Sus pasos eran largos y su andar lento. Su tez tan blanca como la nieve de invierno, Hacía perfecto contraste con un largo abrigo, El cual la cubría casi de cuerpo entero.

Amanda pasaba gran parte del tiempo en silencio… “¿Por qué no hablara?” Se repetía esta interrogante Entre quienes la veían diariamente. Algunos decían que a las personas temía, Y otros… Que cuando ella quisiera hablaría, No sería preciso molestarla, Pues ella siempre, de igual forma se comportaba.

II Sentada estaba, la pequeña Amanda, En un rincón de la habitación, Tenía los ojos bien abiertos, Mirando en una y otra dirección, Tratando o siendo capaz de ver, Algo que para nadie más era posible. Aunque, esto sólo era un indicio, Uno más de su fatal desequilibrio.

A la habitación en la que ella se encontraba, Llegó un niño pequeño, Quien desde la misma tez blanca, la miraba Y la saludaba sonriendo.

III En el rostro apacible de la pequeña niña Se vio aparecer la desquicia. Sus ojos chispeantes, dejaban al descubierto Lo que había planeado con tanto acierto; Y fascinantes, delirantes, inquietantes; Pero sobre todo, reales, Aquellos ojos Eran reflejo de una cruda decisión, La que ahora… será una acción.

Y sus pequeñas manos blanquecinas, Las que nunca se quitaran de los bolsillos, Ahora si lo hacían. Se puso de pie muy serena Y con el mismo ritmo, Caminó directamente hacia el niño.

Hasta ese entonces, Nadie había notado qué le ocurría, Mas ahora, esto será descubierto; El motivo por el cual ella permanecía Todo el tiempo en silencio, El que la tenía siempre muy seria, Y en constante sufrimiento.

Y estando el chico, ya frente a ella, Deslizaba por él su vista, Mientras maquiavélicamente, sonreía, Sin quitarle la vista de encima, Sin siquiera pestañear; Para no perder detalles Del progreso de su plan. Y el pequeño aterrado, Sólo seguía inmóvil a su lado.

IV Luego de esa tierna escena, Amanda, le mostró a su hermano El presente reluciente, Que le llevaba de regalo, Y que pretendía quedara, En su cuerpo… enterrado.

Con valentía y demencia; Amanda, apretó el puñal con sus dos manos, Y sin perder detalles de las expresiones En el rostro de su hermano, Le hundió despiadada y lentamente el arma; Hasta destruir cada órgano de ese cuerpo, Hasta sentirse empapada, Hasta sentirse saciado su odio y rencor, Hasta estar segura que ese ser, No volvería para robarle amor. Cuando la escena Y el rostro de su hermano, Le parecieron convincentes, Cuando creyó haber cumplido su objetivo, No pudo menos que romper con gritos Y con perturbadas carcajadas, La paz que parecía inundar su casa.

“Lo siento hermanito, Debía hacerlo… ¿cómo? ¿Qué tú me querías? Nunca te creí, por eso yo a ti… Debía quitarte la vida, Esa que me arrebataste algún día.”

V Platicando Amanda; Con el cuerpo desangrado, Obteniendo de esa conversación Muchos motivos por los cuales Seguir riendo a carcajadas. Fue así como la encontró su madre, Quien, con una incertidumbre inmensa, No pudo menos que abrir la boca de asombro, Sin siquiera una idea clara en su cabeza.

Cuando pudo y al fin reaccionó, Se lanzó al suelo con dolor, Sus lágrimas que caían torrenciales, Fueron mezclándose una a una con la sangre, Que, de igual forma, Aún brotaba del cuerpo de su hijo.

“¿Qué le hiciste a tu hermano? ¡Contesta engendro! ¿No te das cuenta que lo haz matado? ¡¿Cómo haz podido?!”

Amanda desvió la mirada (Que aún mantenía fija en su hermano), Hacia su madre. La miró y estaba atónita, No era eso lo que esperaba, Sino que la madre, nuevamente la amara.

“Querida madrecita… ¿Es que no me quieres? ¿Por qué me hablas así? De verdad entonces… ¡es a él a quien prefieres!”

“¡Te aborrezco, engendro! Estás loca niña, y así… ¡No! No te quiero… ¡Debes morir, tú y tu locura!”

VI “Mamita, Recuerdo me enseñaste una vez, Que debemos tener cuidado con nuestros deseos, Ojalá y sean buenos… ¿Recuerdas lo que pasa, Con lo que pedimos para otras personas?

Yo deseaba que tú me quieras, Pero tú lo quieres a él, Tú deseas que yo muera, Y por eso antes, debes morir tú…”


Su plan ciertamente, no resultó; La madre, quien ella esperaba, Ahora la quisiera, no la quería, Es más, la odiaba, la maldecía.

Superada por la ira, sumada a la desquicia; Amanda, clavó los ojos en su madre: “¿Quieres saber cómo pude hacerlo desangrar? ¿Quieres que te muestre, de verdad lo quieres mamá?”

Aterrada, la madre miraba a su hija, Mientras se preguntaba hasta dónde llegaría. “¡Hazlo! Muéstrame querida, Cómo le haz quitado, a tu hermano la vida.”

La pequeña, inocente y desquiciada Amanda; Sin dejar de mirar a su madre y a su hermano muerto, sonrió. Sus ojos brillaban fríamente, Y sus manos pequeñas, calculaban A qué altura estaría el corazón, El de su madre, el que el odio guardaba, El odio hacia ella, por su decisión.

Y creyendo estar acertada, se lanzó, Directo hacia el corazón de la mujer que la parió. “¡Así lo maté mamita! ¡Así lo mate, así, así! ¡Tal como te estoy matando a ti!”

Y nuevamente empapada, Se tendió de espaldas, Amanda. Y para no hablar nuevamente, al viento, Se quedó simplemente en silencio…

VII Hasta que gritó, nuevamente estaba inquieta: “¡Nunca entendiste! Mamita, Cuánto yo te quería, no me creías, A mi no, pero a él si, y a él le querías.”

Lágrimas gruesas rodaban por su cara, Y a su lado, tendida, su madre, la miraba, Sin poder morir aún, con los ojos desvirtuados, Con los labios rojos y el rostro claro.

“¿Qué te pasó mamita? ¿Acaso tienes frío? Bueno si, la verdad, está helado, ¿Te paso mi abrigo?”

VIII “Mami… ¿Me puedo cubrir contigo? Lo que pasa es que… después de jugar conmigo, Como contigo y con mi hermano… El frío me entra a los huesos, No siento nada en el cuerpo, No siento, mami, ni los pies ni las manos.

Mami, llevas durmiendo varios días, La verdad ahora yo también tengo sueño, ¡Mejor, así podemos dormir juntas! ¡Que genial, a mí, me encanta dormir contigo!

¿Ya me viste mami? Me parezco cada vez más aún, a ti. ¡Me encanta estar así contigo y con mi hermano! Estos últimos días… hasta cariño le he tomado.”

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