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Se encontraba caminando solo, transitaba por una calle solitaria, acompañado solo por una enorme luna blanca.

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Había caminado muchas veces por esa calle, con la diferencia que lo había hecho de día, era muy diferente de noche: parecía carente de vida, aunque era muy tarde y, aunque no esperaba encontrar personas, se sorprendió ante la soledad de la vía.

Venía de celebrar el cumpleaños de su novia, por eso se le notaba muy animado; había sido una excelente fiesta, pero curiosamente él fue el único que se retiró a su casa, todos los demás decidieron quedarse a dormir en el lugar de la fiesta.

Lizy, su novia, le había pedido que se quedara, incluso había hecho caras de lástima para que lo hiciera; su madre, que siempre la apoyaba, le había solicitado de corazón que no saliera a la calle esa noche, en la que ni siquiera un policía podría patrullar sin riesgo de ser atacado. Sin embargo, él hizo caso omiso: la inseguridad no le asustaba, él sabía defenderse. Aún así, ni sus puños, o cualquier arma cortante le hubiera protegido del peligro que se avecinaba.

El profundo silencio fue inundado con el sonido de unos pasos, sonaban muy agudos, como si alguien caminara en tacones. Frente a el diviso que venia acercándose lo que parecía ser una mujer, al ir acercándose podía apreciar mas detalles, en efecto era una mujer, llevaba tacones altos, un ajustado vestido corto de color rojo que resaltaba una curvilínea figura, el largo cabello negro caía elegantemente sobre sus hombros, al pasar a su lado admiro una piel blanca y pálida como la porcelana, no distinguió su rostro, pues su mirada no pudo desviarse del generoso escote que revelaba la perfecta curvatura de unos hermosos senos.

Volteó su cabeza para verla alejarse, hipnotizado por el armónico vaivén de sus caderas, la observó hasta perderla de vista, y el rítmico sonido de sus tacones se perdió en la distancia. Apenas había caminado un poco, cuando volvió a escuchar los golpes de esos zapatos; miró hacia atrás para ver si la mujer se había regresado pero no vio a nadie, y al mirar al frente nuevamente vio acercarse a la curvilínea mujer.

Aquello lo sorprendió, no esperaba encontrarla de frente, ella pasó de largo sin dirigirle la mirada, se sentía incómodo.

Siguió caminando y nuevamente se topa con la mujer de frente, el sonido de los tacones la delataba, esta vez se decidió, se detuvo frente a ella y le pregunto si estaba perdida, ella levanto la mirada y aparto el cabello de su rostro dejando al descubierto unos profundos ojos grises, lo miro directo a los ojos pero no respondió nada se limito a segur de largo.

Al no recibir respuesta, el muchacho la tomó de la mano para hacer que se detenga, ni en sus más terribles pesadillas habría previsto la reacción de la mujer.

Al instante en que hicieron contacto, la mujer gritó horriblemente, su cabello se erizó como si fuese una leona, esto sobresaltó al muchacho; pero lo peor estaba por venir.

Cuando se giró hacia el muchacho, la mujer dejó ver nuevamente su rostro, que se había deformado hasta el punto de convertir su preciosa piel en carne reseca que se pegaba a su cráneo; en su perfecta boca se había tallado una grotesca sonrisa que se extendía hasta llegar a las orejas, y los ojos desorbitados estaban perdidos en su furia.

Ante aquella terrorífica aparición, el muchacho salio disparado como una flecha, corría muy rápido, pero el sonido unos tacones a sus espalda lo hacia correr aun mas rápido. Los tacones resonaban constantemente detrás de el, y los alaridos de la aparición cada vez mas cerca lo descontrolaban.

Estaba cerca, muy cerca: sentía el roce de sus cadavéricos dedos en su chaqueta, esto lo desesperaba, lo hacia jadear. Giró de repente y se dirigió al callejón entre 2 edificios, saltó un par de contenedores de basura, los cuales derribó a su paso para obstaculizar a su macabra perseguidora.

Hizo todo lo que estaba en su poder, dobló por esquinas, subió por pendientes, saltó cercas, pidió ayuda con gritos desgarradores, pero nada parecía funcionar; la aparición no se detenía y no había nadie que lo ayudara, estaba solo.

Con la ayuda de un poste de luz que al que subió ágilmente, como un gato, llego al techo e una casa de dos pisos, donde tenia la esperanza de que la mujer no pudiera llegar. Tampoco sirvió, no la vio trepar el poste, pero allí estaba nuevamente frente a el en el borde del techo, con su amplia y macabra sonrisa pero manteniendo los labios muy apretados.

Corrió en dirección opuesta y salto al techo de otra casa, seguido de cerca por el eco de los tacones, corría, no corría volaba, se arriesgó a saltar a un edificio más alto y tuvo la oportunidad de sostenerse de una saliente, pero sintió como unos gélidos dedos se aferraban a sus hombros. La mujer gritaba y pataleaba arrastrándolo hacia abajo. Aunque sus brazos eran fuertes, aquello que lo arrastraba ganó: la sensación del aire rozando su espalda al caer lo confortaba... al menos moriría rápido, y no tendría que soportar a esa cosa con forma de mujer.

La caída fue estrepitosa, pues había sido de un segundo piso, pero los daños que sufrió no habían sido suficientes para otorgarle la muerte, y sus lastimadas piernas seguro estaban a punto de quebrarse. Luchó para ponerse de pie, e intentó liberarse de las cadavéricas manos que lo apresaban con férrea fuerza. Por fin, se desprendió de su chaqueta y se libró de su opresora.

Como cualquier animal atrapado y sin esperanza, se alzó con temor y levantando sus puños, gritó con todas sus fuerzas y enseñó sus dientes como si de un perro se tratase; pero ese gesto, lejos de atemorizar a la aparición, pareció divertirla. La sonrisa que anteriormente era sólo una burla, mostrando sus afilados dientes de tiburón, se había vuelto una auténtica carcajada por el aspecto penoso que él tenía.

El chico vaciló un poco al observar lo que parecía ser la boca de aquel ser, que se había agrandado, o al menos eso parecía. Aun así, estaba convencido de que no debía mostrar duda alguna, y arremetió contra ella protegiendo su torso con los brazos. Sin embargo, antes de embestirla, un esquelético pero poderoso brazo lo tomó del cuello, e hizo que se acercara al "rostro" de esa criatura.

-¿No quieres darme un beso?

Acercó lentamente esa suerte de hocico a la boca del muchacho, desprendiendo una gran fetidez: si no hubiese tenido unas manos apretando su garganta, el muchacho hubiera vomitado. Cuando estuvo a punto de recibir el beso de la muerte, de la nada, saltó un perro, que se abalanzó sobre la mujer haciéndola gritar.

El joven, consciente de que no debía interrumpir aquel enfrentamiento, corrió como nunca, dejando atrás al animal que le había salvado la vida. Avanzó sin dirección fija, haciendo caso omiso de los constantes gritos que el monstruo profería, y concentrándose en la alegre visión de ese perro. Sin embargo, nuevamente, un pelaje blanco pasó a su lado, haciendo vibrar el aire.

Era el perro, un gran canino blanco, de profundos ojos rojos. Corría como el viento sin hacer ruido, como flotando sobre el asfalto.

Corría delante de el, ladraba y llamaba su atención, como si quisiera mostrarle el camino. Pero no fue eso lo que lo motivó a seguir al perro, sino los tacones que sonaban a su espalda. Corrió detrás del animal un largo trecho, sin atreverse a mirar atrás. Al doblar a una esquina llego a una gran plaza, y al fondo al otro lado de ella, estaba la gran catedral.

Estuvo siguiendo al perro hasta allí, pero había desaparecido, y el sonido de los tacones había cesado. Procuró no centrarse en eso, y la imagen de la chica saltando sobre él de desvaneció; siguió corriendo recto, como una flecha, hasta las puertas de la catedral.

Al llegar consiguió la puerta entre abierta, por la cual entro con gran estrépito, se tropezó y callo de bruces al suelo, adolorido levanto la mirada y vio que la iglesia estaba llena de gente, vagabundos, borrachos, drogadictos, delincuentes, prostitutas, oficiales de policías, enfermeros y muchas otras personas que la noche sorprendió en la calle.

Se levantó dificultosamente, sin poder decir una sola palabra y recorrió cada uno de los nichos donde se encontraban los santos que adornaban la catedral y su mirada se posó en uno en especial: un hombre rodeado de animales, los animales estaban en parejas, pájaros, gatos, ardillas, y un perro blanco; a su lado, el espacio vacío donde debería estar su pareja se cubría con un manto de oscuridad.

Se sobresaltó cuando una mano se posó sobre su hombro, hubiera gritado si hubiese tenido voz para hacerlo, se giró y vio a un sacerdote que lo miraba con compasión; puso un vaso con agua en sus manos y le preguntó:

“¿También te persiguió?”

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