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Munecos macabros

Las luces estaban en su mínima intensidad en una habitación donde dos sombras se juntaban con fines románticos. No habían ventanas, solo dos puertas: una daba al pasillo del piso superior y la otra al baño. Si hubieses entrado a ese cuarto lo primero que verías sería la cama y al rincón de la izquierda, al fondo, un gavetero para guardar la ropa. Sobre él vivían eternamente sentadas, una docena de muñecas con un aspecto muy particular: tenían un semblante pálido, las mejillas sonrojadas, una sonrisa en forma de “v”, los ojos bien abiertos, ambas cejas levantadas y todas usaban una bata negra. Ellas miraban sin ningún signo de vida a la pareja en la cama que formaba las sombras en la pared.

            Este hombre y esta mujer tenían la sábana hasta el pecho y se encontraban de medio lado frente a frente. Se sonreían y se miraban con mucho aprecio.

-¿Cómo te fue en el trabajo hoy, Mandy?-preguntó él con sus ojos azules brillósos.

-Fue rutinario, pero más agotador que siempre.

-¿Cuándo piensas cambiar de trabajo?-le gustaba escuchar su calurosa voz.

-No sabría decirte, Dexter. Disfruto mi empleo aunque a veces pienso que debo buscar algo mejor como… No sé, cualquier cosa mejor. ¿Y cómo te fue a ti en la entrevista?

-Bien, muy bien-respondió apretando los labios-. Me preguntaron por: mis estudios, mi experiencia en otros trabajos y… Quedaron en llamarme. Mañana iré a Empresas Lol. Es irónico que quieran entrevistarme en todas partes y nadie me contrate aún.

-Ten paciencia. Ya llegará.

   Mandy le dio un beso y se levantó de la cama para ir al baño. Dexter se quedó mirando las muñecas con esa sensación de que ellas tenían vida y lo miraban con una felicidad macabra.

            La puerta del baño rechinaba cada vez que se movía para abrir o cerrar. Se sentó en el inodoro bajando su tanga hasta sus libres tobillos. El lavamanos no cerraba completamente el paso del agua, por lo que goteaba cada un segundo exactamente produciendo un sonido como el de un reloj analógico. El techo era un espejo que retrataba en tiempo real lo que ocurría allí.

            Al terminar de orinar se levantó colocándose bien puesta la tanga. Tiró de la cadena para luego lavarse las manos. Esa habitación tenía una habitación por donde entraba el viento. En esa ocasión una corriente de aire pasó con tanta fuerza que hasta levantó la cortina de la ducha y tiró la toalla al piso. El cuerpo de Mandy se enfrió pero la brisa no duró. Prestó más atención al agua que recorría sus manos que le hacía doler los huesos por su baja temperatura. Sus dedos se sintieron enredaron entre una cantidad de hilos delgados que mojados daban unas sensación asquerosa y repugnante. Ella los haló y descubrió que eran cabellos como los de ella, pero de otro color.

            En la mañana la pareja se encontraba desayunando en la mesa del comedor. Algo que los unía más que a cualquier otra pareja en el mundo era la dieta que tenía por hábito. Si pudieras abrir el refrigerador de esa casa encontrarías solamente carne de varios animales. Tenían la creencia de que los humanos eran carnívoros por naturaleza y muchos de sus vecinos y amigos conocían esa característica de ellos, sin necesidad de juzgarlos negativamente. Después de todo eran carnes que tú podrías conseguir en el supermercado.

            El desayuno esa mañana consistía en: pescado a la plancha, hígado de res y de pollo. Dexter disfrutaba tener entre sus dientes estos alimentos y muy pocas veces pensaba en lo que pudiera estar sintiendo el pollo si lo viera masticar con tanto deleite ese hígado. A Mandy le gustaba la carne medianamente cocida. Cada vez que enterraba el tenedor surgían unos delgados ríos de sangre que le parecían excelentes al sentirlos derramarse en su boca.

            Ella culminó primero. Era tarde y debía irse a trabajar. Dexter levantó su plato y lo lavó en la cocina para secarlo y después guardarlo. Presintió que Mandy estaba en la casa todavía y que debía darle un beso antes de que se fuera. Subió a la habitación de dormir y la encontró frente a sus muñecas.

            Tenía a una en la mano y le acariciaba el pelo y las mejillas. Dexter se acercó, la abrazó por detrás y le dio lo que quería.

-Te amo.

-Igual yo, Dexter-continuó mirando a la muñeca en su mano a la vez que le dedicaba una mirada dulce.

-A veces me despierto por las noches y veo a esta docena de personajes. Me asustan un poco, siento que me están mirando.

-¿Enserio? Yo pienso lo mismo pero no me hacen sentir asustada. Y en cierta forma sé que ellas están mirándonos.

            Miró a su esposo y lo besó. Se fue al trabajo y lo dejó solo.

            Dexter dijo que había estado yendo a entrevistas de trabajo y ese día sería igual a los anteriores. La realidad es que a la última entrevista a la que asistió fue hace un mes. En casa se dedicaba a limpiar, poner todo en orden y bañarse para recibir a alguien a quien contactaría a través de una llamada telefónica.

-Habla Dexter… Ya le dije que quiero otro material, llevan trayéndome lo mismo desde hace días… ¿Cómo se llama?... Suena mejor ¿Cuál es el precio?... Me llama la atención… ¿De verdad? Que venga de inmediato… ¿No puede?... Está bien, a las tres puede ser. No después de esa hora por favor, no quiero que mi esposa se entere al llegar del trabajo… Gracias.

            A las tres de la tarde tocaron el timbre. Una mujer pálida-que tal vez nunca fue expuesta al sol hasta ese día-, de cabello negro, peinado egipcio, con sombra alrededor de sus ojos azules, unas pestañas postizas y un pañuelo blanco cubriéndole su boca y nariz que estaba atado detrás de su nuca. Cargaba un kimono negro salpicado de rojo que se le ajustaba a la cintura con una faja ancha que poseía unos botones. Le colgaba hasta los muslos y por debajo de las rodillas hasta los pies llevaba puesto unas botas negras con levillas de correa.

            Tocó de nuevo el timbre y aún así Dexter no abrió. Ella se percató que quien estaba adentro pasó una hoja de papel por debajo de la puerta. Se agachó a recogerla y leyó una línea que decía: “Está abierto. Sube… La otra puerta también está esperándote”.

            Soltó el papel. Con su pálida mano tomó el pómulo de la puerta y entró. Vio lo amplia de esa casa y sus ojos mostraron asombro. La escalera en forma de espiral estaba en el centro de la casa. Se dirigió a ellas y subió hasta el pasillo. Giró su cabeza y avistó la puerta abierta que la esperaba.

            Dexter aguardaba en la cama. Se sorprendió al ver la naturaleza de esta mujer.

-¿Eres Dexter Simpson?-preguntó en tono acusador.

-Sí.

-Se hará a mi manera.

            Permitió dejar libre su cara, dejando los labios oscuros, carnosos y salientes, al descubierto. Se quitó toda la ropa allí parada y Dexter le dijo:

-Me dijeron que tenías una linda sonrisa.

            Ella dejó que él juzgara y le mostró sus dientes afilados como tiburón.

-No te preocupes-le dijo-, no muerdo tan duro.

            Estuvo sobre él cumpliendo sus fantasías, siendo las muñecas sobre el gavetero las únicas testigos.

            En la noche Mandy se acostó al lado de su marido. Hablaron acerca de su día y otras cosas que pensaban hacer el fin de semana. Mañana apenas sería miércoles.

A medianoche Mandy se despertó. Miró a Dexter quien dormía profundamente y luego se fijó en las muñecas. Ellas la miraban como pidiendo que se acercara. La forma de la sonrisa y los ojos oscuros por la falta de luz, aceleraron su respiración: sentía que se estaba asfixiando.

Dexter abrió lentamente sus ojos la mañana siguiente. Entró en pánico al mirar al techo: era de piedra al igual que las paredes y el piso donde amaneció acostado. Giró a la izquierda y apenas la luz de unas antorchas penetraba a través de los barrotes de esa celda. Dexter se había puesto solamente un mono gris para dormir, pero amaneció con una camiseta y un mono blanco.

            Se levantó y se aproximó a los barrotes. Estaba en una cárcel y las demás celdas se encontraban abarrotadas. Él creyó estar solo hasta que escuhcó a un hombre a sus espaldas en la oscuridad del rincón:

-No te asomes o te cortaran las manos.

-¿Quién es usted?-preguntó con miedo-¿Cómo llegué a este lugar?-el hombre no respondió. Ni siquiera se le podía ver con claridad-¿Qué es este lugar?

-Te lo diré como me lo dijeron a mí: estamos en el destino común.

            Dexter no entendió  y una parte de él no quería hacerlo. Escuchó pasos en el pasillo y miró cuidadosamente. Había un hombre a diez metros de él quien abrió una celda y de ella, gritos de terror inundaron el lugar. Ese hombre era como de dos metros, con brazos y piernas gruesas como rocas. De su cintura colgaba la llave de la celda que brillaba como el oro. Entró y sacó a una mujer arrastrándola por el cabello. Lo último que Dexter escuchó fue una puerta que se cerró con fuerza.

            No se volvió a presentas ese guardia por varias horas. Al siguiente que buscó fue al que estaba en la celda frente a Dexter. Él se dio cuenta que era el mismo guardia con la misma llave maestra. En un momento, mientras forcejeaba con el otro prisionero, se acercó de espalda a la celda y la intuición del confundido hombre lo llevó a intentar quitarle la llave. Tuvo éxito. Buscó la cerradura y la tanteó sin ver. Después de abrirla dio un paso hacia el pasillo y el hombre de esa celda le advirtió:

-Él te encontrará… No será necesario que yo le diga.

            Dexter lo ignoró. Miró a la puerta de lado derecho, por donde se fue ese hombre enorme, y vio a la izquierda. Decidió salir por esta última por considerarla más segura, aunque no había garantía. Detrás de esa puerta existía otro pasillo con una puerta acompañada de dos antorchas, la única iluminación ahí. Caminó con rapidez temiendo que alguien saliera por esa o la puerta anterior.

            Lo siguiente era una habitación con las paredes cubiertas de espejos y un archivador en el centro. Vio en el interior de la primera gaveta una lista interminable de carpetas con nombres y fotos de personas. Estaba en orden alfabético. No tardó en encontrarse. En la suya decía: “Dexter Simpson, espejos: A-L-O-V”. Comprendió al mirar los espejos. Estos tenían una letra que los identificaba. Quiso arriesgarse y entró en el “A”. Era como sumergirse en agua porque era el vidrio era frío y podías ver tu reflejo. Apareció en otra habitación igual. Pensó que estaba en el mismo sitio pero recordó que el siguiente espejo era el que marcaba “L”. Entró en ese y luego en el que se leía “O”. Y por último en el que decía “V”.

            Ese último espejo lo segó y le dio la sensación de que flotaba en la nada. Sus piernas sintieron el asfalto y lo mismo su espalda. Lo primero que vio al levantar su espalda fue un taxi del otro lado de la calle. Una mujer vestida de negro y pálida subió: era Mandy.

-Mandy-exclamó mientras se levantaba adolorido-¡Mandy!

            Ella no lo escuchó, el taxi se puso en marcha rápidamente y lo dejó en aquella sola avenida frente a un lugar que decía: “Cementerio La Otra Vida”. Lo que hizo que se preguntara que hacía allí. Recordó que en ese lugar descansaban su madre y la de Mandy.

            Él quería saber que estaba pasando y rápido. Además, comenzaba a anochecer y era peligroso andar en esa zona tan tarde, no porque creyera en apariciones fantasmales sino porque era una avenida reconocida por la cantidad de delincuentes juveniles que la usaban para competir y hacer apuestas mientras se dejaban llevar por las drogas y las armas.

            Cuando arribó a casa no había estrellas ni luna que lo iluminaran. La puerta de su casa estaba entreabierta. Él entró y esta se cerró sola, tal vez por acción del viento.

-¡Mandy!-nadie contestó. Las luces de la casa estaban apagadas. “Son las ocho de la noche, Mandy no sale después de las siete”. Concluyó después de mirar el reloj en la pared-¡Mandy!

            Escuchó movimiento en el pasillo de arriba y fue con prisa a buscar a su esposa. La puerta de la habitación se encontraba abierta y salía luz opaca. Se paró bajo el marco y pudo ver a Mandy en la cama abrazando a un hombre rubio, quien le propinaba unos besos duraderos.

-¡Mandy!-ambos lo ignoraron-¿Qué estás haciendo?... ¡Mandy!

            Entonces un escalofriante pensamiento le pasó por la mente. En eso descubrió a las muñecas en el mismo sitio de siempre, mirándolo con esos ojos que apuntaban a la pareja pero, al mismo tiempo, era como si vieran de reojo a Dexter. Por un momento creyó que una le hizo una mueca con la boca.

            Corrió, corrió fuera de la casa, por la calle, por la avenida donde estaban los delincuentes juveniles, corrió hasta el cementerio. Quería buscar apoyo en su madre muerta. La lápida de ella decía: “María Simpson”. Al hallarla reposó sus manos sobre la lápida y se arrodilló agachando la cabeza al momento que un relámpago cruzó el cielo. Lloró confundido, esperando una explicación de su madre difunta para él que estaba… Vivo.

            Pero esa idea la descartó de inmediato al mirar a su costado derecho la acumulación de tierra de una tumba reciente. La lápida marcaba: “Dexter Simpson”, con su fecha de nacimiento y otra reciente. Cayó de espaldas pero se sentó. Su llanto se hizo más escandaloso y la angustia lo estaba asfixiando. Aunque intentaba respirar no podía, creyó que moriría. Lo único que pasaba por su mente era: “¡Mandy”, al llamarla hace un momento, con un hombre en la cama chupándole los pezones. “¡Mandy!”. Ella lo disfrutaba y no podía escuchar a Dexter. “¿Qué estás haciendo?... ¡Mandy! Las muñecas lo miraban sentadas en las lápidas y alrededor de él. Lo miraban con ironía y con muchas ganas de penetrar en su alma con esa terrible y enferma sonrisa.

            La locura lo obligó a levantarse para poder respirar mejor. Realmente no había muñecas en ese sitio. Entonces miró por casualidad una pala recostada de su lápida. “Hasta que no lo vea, lo creeré”. La cogió y cavó su propia tumba. Sobre el ataúd estaban las rosas, las cuales apartó. E incluso se cortó con una que tenía espina. Abrió su ataúd y no había nadie. “¿No podrán los muertos ver su cadáver?... Pero los muertos no sangran”. Tenía ese ardor que da el cortarse con una espina en el dedo. El suyo hasta sangraba.

            Corrió de nuevo por la avenida. Ya los delincuentes no estaban. Se podía ver algunos luceros durante esa madrugada. Se paró frente a su casa y el hombre extraño salió despidiéndose con un beso de Mandy.

-Gracias por ese favor-le dijo ella-. Las urnas son muy pesadas.

-Estoy a la orden, preciosa. Tú sabes que yo no te dejo morir-típica expresión que usaba para decir, en otras palabras: “nunca te defraudo”.

            Este hombre de gran corpulencia se montó en su auto. Dexter no lo había visto anteriormente. Era un auto fúnebre en el que ese sujeto se fue.

            Dexter entró a la casa y rompió un espejo. Verificó la reacción de Mandy y estaba como si nada hubiese ocurrido. Miró el espejo y seguía colgado de la pared en perfecto estado.

            Tuvo curiosidad en lo que haría Mandy. La siguió hasta una puerta en la sala que llevaba al sótano. Bajó las escaleras y él la siguió. Las luces estaban encendidas pero tuvo que detenerse. Quedó pasmado al ver una urna. Se fortaleció al inspirar con suavidad. A un lado, pegado a la pared, estaba él clavado a la pared. Se encontraba desnudo con las extremidades abiertas. La única sangre era la que salía por los clavos en las muñecas y tobillos. Tenía moretones como si lo hubiesen golpeado salvajemente.

            Escuchó que Mandy puso algo en la urna: era una muñeca. Le sacó la cabeza y por el cuello metió sus dedos sacando así una cámara. Y dentro de la urna estaban las fotos de Dexter con aquella mujer de dientes filosos. “Y en cierta forma sé que ellas están mirándonos”. Recordó.

            Dexter retrocedió intentando llorar pero ya no tenía lágrimas. No pudo caminar más por la voz profunda y macabra que se encontraba a sus espaldas.

-¿Ya recuerdas algo?

            El miedo lo paralizó. Ese hombre en aquella cárcel, de gran altitud y musculatura, se le presentó. Dexter no dijo nada pero otro sí:

-Creo que no.

            Dio un paso como de un metro y medio, le atrapó la cara a Dexter con una mano, lo alzó y lo pegó contra el piso a solo pocos centímetros de los pies de Mandy.

            ¿Qué fue eso?-preguntó Dexter por un pinchazo en la nalga la última noche que recordaba estar con Mandy-… Un sedante querido-respondió Mandy-… Ya sé lo que haces cuando me voy a trabajar… ¡Mentiroso!... ¡Desgraciado!...-podía sentir los golpes que ella le dio antes de morir-… ¡No, por favor!... ¡Mandy, lo siento!... ¡No!

-Es hora de irnos-le dijo la parca.

            Mandy dio media vuelta y pasó por encima de la cara de Dexter sin saberlo. Subió las escaleras en el momento en que Dexter gritaba “auxilio” y “perdón”. Abrió la puerta, apagó la luz y cerró la puerta después de salir.

            En su mano izquierda apretaba a una muñeca y con la otra acariciaba su cabello. La muñeca no dejó de sonreir.

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