La puerta de la vieja casona en la calle Uruguay se hallaba tan vetusta, como el mismo edificio. Eduardo, sin embargo, golpeó con el aldabón en forma de horrorosa mandíbula de bronce y el sonido se transformó dentro, semejándose a una risa macabra, produciendo ecos.
Al pasar un instante, como nadie acudió a abrir, empuje suavemente y entro. El olor era realmente desagradable, sintió que le picaba la nariz, pero la dirección era la correcta. Debía entregar el cheque allí. La cantidad asustaba. No creía que fuera para comprar minucias.
El problema era ahora quien lo recibiría en ese lugar tenebroso y al parecer, vacío... Volvió a leer las instrucciones en el sobre."Entregar en mano al Sr. Lazarus, pronunciar la palabra clave: TINIEBLAS." Eduardo sonrió y pensó que la situación se asemejaba a una mala película de miedo. Parado en medio del vestíbulo sintió un leve carraspeo detrás suyo, giró y la sombra a sus espaldas, de la cual apenas se distinguía el rostro, estiró su mano esperando recibir algo.
Sacó el cheque del bolsillo y tímidamente lo entrego, pronunciando, lógicamente, lo convenido. Al instante se sintió desfallecer, su cara golpeó furiosamente contra el suelo y casi no sintió dolor. Lo último que vieron sus ojos fue su propio cadáver arrastrado por una misteriosa figura a través de la sala y reflejado en el amplio espejo de la misma, el cual abarcaba desde el piso de rugosa madera al techo. Intentó gritar y llorar. No podía. Estaba del otro lado y a su alrededor solo tinieblas.