Wiki Creepypasta
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Obutu era el ser más feliz del mundo. Vivía en la selva, con su familia, con los miembros de su tribu, en su choza de barro construida por él, su padre N´Gagui y Batunga, su mejor amigo desde la infancia, que era muy grande y fuerte y podía cargar con mucho más peso que ellos dos juntos.

Obutu le gustaba cazar. Lo hacía siempre con lanza. Su abuelo Oguri, el más anciano y venerado del poblado, hasta que unas extrañas fiebres se lo llevaron al más allá, le enseñó el difícil arte de la cacería. A Obutu le gustaba hacerlo por la noche, tenía muy buena visión nocturna y gracias a ello podía pillar desprevenidas a algunas de sus presas.

Hacía ya dos estaciones que había pasado la prueba de valor. Ya era un hombre y por ello estaba preparado para recibir a una mujer y entre ambos traer descendencia a la tribu.

Ya tenía una mujer elegida, Otamba hija de Usuri, el brujo. Tenía buen cuerpo y buenas caderas por lo que sería una madre y esposa perfecta. Tenía pensado pedirle permiso a Usuri, para que diese su consentimiento para la unión. Para ello tenía que satisfacerle y llevarle una buena presa de caza. Cuanto más grande o exótica mejor que mejor.

Caminó sólo por la sabana. Toda la mañana y parte de la tarde. El sol era una bola inmensa y amarilla. Hacía mucho calor y un par de veces echó mano de la bolsa de piel de Ñu donde guardaba el agua para refrescarse. Comió larvas de gusano de uno de los troncos que encontró por su camino. Tuvo que espantar a una docena de babuinos para hacerlo. Esos monos eran un incordio y unos animales estúpidos.

Cuando llegó el anochecer se preparó para la caza. Se agazapó entre unos matorrales y esperó. Obutu tenía mucha paciencia. Con suerte igual hasta podía cazar a una cría de elefante o a un león herido o a una jirafa despistada. Lo que si tenía claro era que no iba a volver a casa con las manos vacías.

Pasaron las horas y no apareció ningún animal. Ni siquiera una miserable hiena. Nada. Ya estaba a punto de darse por vencido cuando de repente escuchó unos extraños sonidos a su espalda. Eran ruidos extraños. Indescriptibles ya que jamás los había escuchado. Obutu agudizó el oído. Entre aquel sonido, de forma muy tenue, había algo más. Consiguió escuchar sonidos de animal, tal vez una o varias gacelas. Gritaban levemente. Parecían asustadas. Si eso estaba sucediendo significaba que posiblemente hubiese leones acachando cerca. Sonrió. Al parecer definitivamente no iba a volver con las manos vacías.

Corrió agazapado hasta alcanzar el pie de una loma, de donde provenía el extraño ruido. Se dio cuenta que había una extraña luminosidad al otro lado como el de una poderosa fogata de varias zancadas de tamaño. Posiblemente se trataba de otra tribu. Se sintió algo incomodo y maldijo su mala suerte. No había leones que cazar por lo que ahora tendría que luchar duro contra otros semejantes si quería conseguir otra buena presa. Quizás, con suerte, el macho dominante de la manada.

La primera cosa que vio al asomarse a la cúspide de loma fue el cuerpo de una gacela joven. Se asustó un poco. Aunque el animal lo miraba con desespero, aterrada Obutu se dio cuenta que estaba muerto. Tenía el cuello partido y bordeado de una herida sangrante.

Se volvió a asomar y observar un poco más. Lo que vio le dejó aterrorizado. En el centro del pequeño valle que rodeaba la loma había una especia de choza inmensa, plana que emitía una lechosa luz. Ni juntando todas las casas de su poblado conseguiría semejante envergadura. Por un momento Obutu pensó que “La Hija de la Noche” se había desprendido del firmamento y se había precipitado de forma brusca contra la tierra. Pero no era así. Miró al cielo y ella seguía aun allí mirándolo con complicidad con su extraña cara de mujer.

Había toda una manada de gacelas esparcidas por el suelo. De todos los tamaños. Era una manada muy grande. La más grande que había visto en su vida. Aun había algunas vivas pero estaban tan aterradas que no podían ni moverse. La mayoría yacía muerta con el cuello reventado. El olor a sangre era intenso por lo que Obutu pensó que muy pronto el lugar se llenaría de depredadores.

Una especie de crujido a modo de desagradable gorgoteo le hizo quitar la mirada de la masacre. A muy pocos pasos de donde se encontraba él pudo ver a un extraño animal del tamaño de una persona. Disponía de dos pares de brazos repartidos ordenadamente a ambos costados de su cuerpo. Agarraban con fuerza pero con una extraña delicadeza a una joven gacela que aun quería escapar. Las puntas de sus dedos se semejaban a las de los felinos ya asomaban una especie de garras afiladas que se asomaban o se retraían de forma voluntaria clavándose dolorosamente en la carne. Lo que más llamó la atención a Obutu eran sus piernas. Eran muy extrañas. Parecían como las de un león. Pero muchísimo más musculosas, angulosas y alargadas. Su rostro era pálido, desprovisto de pelo. Era afilado y provisto de dos grandes ojos negros que ocupaban los costados de la cabeza para proveerle de una mejor visión periférica. Sus orejas se semejaban a las de un murciélago. Tenía una boca circular, provista de dos filas de incisivos. Su hocico era igual de poderoso. Se asemejaba al de un tapir. El ser olisqueó el aire en todas direcciones mientras arrancaba y masticaba la piel del cuello de aquel indefenso animal. El joven cazador se dio cuenta que tenía mucha suerte ya que el viento jugaba a su favor soplando frente a él y alejando su olor del alcance del extraño.

Obutu descubrió que aquel extraño ser no estaba solo. Pudo ver a muchos otros muchos repartidos a lo largo y ancho de donde alcanzaba su visión. La mayoría estaban agazapados sobre sus presas o tratando de cazarlas dando impresionantes zancadas. Algunos emitían sonidos simiescos, guturales como de ansiosa satisfacción; otros simplemente se limitaban a comer en silencio. Vio también a un grupo de ellos salir y entraban nerviosamente de su extraño campamento. No sabía qué clase de animales se trataban pero eran muy rápidos y muy voraces. Por un momento recordó las historias que su abuelo le contaba a la luz de la hoguera sobre los extraños demonios que poblaban la sabana. Seres que venían o bien del interior del suelo o incluso de lo más alto del cielo y cuyo fin era romper la armonía y a dedicarse a propagar la maldad por el mundo.

De forma súbita se escucharon unos rugidos en la lejanía. Los seres dejaron de comer al unísono y enfocaron sus hocicos al aire. Obutu reconoció muy bien aquellos sonidos. Eran producidos por los leones. Se estaban acercando de frente y posiblemente en el grupo habían más ejemplares que dedos tenía él en sus manos y en sus pies. También escuchó el sonido de varias hienas. Los oía reírse en la lejanía, mucho más atrás que los leones. Las apestosas hienas siempre iban detrás de los leones. Unos cazaban y se daban el banquete y otras esperaban y se quedaban con las sobras. Así funcionaban las leyes de la selva.

Nada más escuchar los rugidos el ser más cercano a él soltó la presa que golpeó el suelo con un sonido seco y quebradizo. El extraño emitió un chillido muy intenso, terrorífico que hizo que Obutu se cubriese los oídos y se mease sobre su taparrabos. El terror le inundó de repente y le entraron ganas de retirarse. Ahora se encontraba en una situación complicada y su suerte podía cambiar en cualquier momento, sobre todo con la llegada de los otros depredadores.

O tal vez no...

Rápidamente consiguió alejar el miedo de él y recordó cual era su principal objetivo. No estaría bien regresar al poblado con las manos vacías. Otamba no se lo perdonaría y dejaría de interesarse por él. Se convertiría en la deshonra de la familia y acabarían apartado del resto de la tribu. Por otro lado pensó que igual, con suerte y paciencia, podría llevarle a Usuri una cabeza de león, o quizás algo mejor… Sí, ¿qué sucedería se le traía como trofeo el cuerpo de uno de esos demonios? La idea le entusiasmó y le llenó de excitación.

Pero tendría que actuar rápido y sin llamar la atención del resto de componentes de la manada. Que el demonio estuviese más alejado del resto era una ventaja para él, la desventaja era que desconocía como podía reaccionar ante el ataque. No conocía cuáles eran sus puntos débiles.

La idea de cazarlo estuvo a punto de irse al traste cuando observó como casi todos los demonios se deshacían de sus presas y se introducían raudos como guepardos en el interior de la gran tienda luminosa. Si aquel que tenía cerca conseguía esconderse allí, junto a los suyos, sería prácticamente imposible cazarlo. Tenía que actuar y ya. No había tiempo de pensar.

Obutu alzó en silencio su lanza y la arrojó con furia sobre el demonio que no la vio llegar. La pieza de madera se clavó con fuerza sobre una de sus piernas. El ser gritó de forma horrible. Era una especie de alarido entre sorprendido y enfadado. Con una de sus garras se arrancó la lanza que se le partió en dos quedando aun un trozo dentro de su pierna. Ésta comenzó a sangrar. Miró en dirección a donde había venido el arma arrojadiza y vio a quien se la había lanzado. Obutu comprendió que había dejado de ser invisible y que pronto el demonio o se abalanzaría sobre él o pondría en aviso a sus secuaces y entonces jugaría con muchísima desventaja.

Al final sucedió que en vez de atacarle el demonio trató de huir. Mientras lo hacía emitía unos sonidos intensos, dolorosos a los oídos de Obutu. Éste dedujo que se trataba de la temida llamada de socorro. También comprendió que aquel se trataba de un demonio joven e inexperto. El haberse alejado tanto de la manada era una muestra clara de ello. Los gritos que emitía llamaron la atención de dos de sus compañeros que se encontraban aun alimentándose de sus presas. Cerca de la gran tienda. Ambos alzaron sus orejas y olisquearon rápidamente el aire emitiendo un gruñido ronco que erizó el cabello de la nuca del joven cazador.

Obutu comprendió que no había más tiempo que perder. Si todo salía como él pensaba incluso tendría más suerte de la que esperaba así que corrió hacia su presa, saltando por encima de los cuerpos de varias gacelas muertas. El joven demonio trató de hacer lo mismo pero no podía. Saltaba pero no con la suficiente potencia como para deszafrarse de su asaltante. Los otros dos demonios zanquearon hacia su dirección, ellos si lo hacían a grandes saltos, gritando como enloquecidos.

Obutu extrajo el puñal de piedra de su cinto y saltó sobre el demonio herido. Ambos cayeron sobre el suelo rodando y asustando a un par de gacelas aun vivas que se encontraban paralizadas de terror la una junto a la otra. El demonio automáticamente clavó sus uñas sobre el cuerpo de Obutu que gritó y se agitó de dolor. Éste contraatacó clavándole el puñal sobre el torso a la altura de donde debía tener el corazón. El demonio chilló con intensidad y en su desespero trato de arañar el rostro de Obutu. Éste de un rápido movimiento le cortó un par de dedos de donde comenzaban a asomar dos garras afiladas como cuchillas de sílex.

El demonio cayó a un lado. Dolorido. Agonizante. Desde el suelo Obutu vio acercarse a los otros dos demonios. Estaban furiosos. Trató de incorporarse pero no podía. Se sentía extraño. Entonces comprendió lo que sucedía. Aquel ser le había metido un mal en su cuerpo, lo había emponzoñado a través de sus uñas, sentía el mal que lo paralizaba por momentos. Pensó que así deberían ser como ellos retenían a sus víctimas.

Justo cuando iba a ser alcanzado por los otros dos demonios sucedió aquello que él tanto esperaba. Un par de leonas se abalanzaron desde la oscuridad derribándolos de forma violenta revolcándose por el suelo como si se tratase de un violento juego de lucha donde el ganador era el que permanecía finalmente con vida. Otros leones se unieron a la lucha. Obutu los escuchó gruñir mientras desgarraban los cuerpos de sus presas.

Mientras perdía la consciencia Obutu tuvo una extraña visión. Por un momento pudo ver como la enorme tienda luminosa se alzaba en el aire frente a él y salía disparada a una velocidad atroz hacia el cielo del amanecer, convirtiéndose de repente en un punto luminoso tan intenso como aquellos tantos otros que poblaban el oscuro manto de la noche.

Batunga encontró el cuerpo de Obutu dos días más tarde. Lo reconoció sobre todo por el brazalete que aun llevaba puesto en una de sus muñecas y que los leones y las hienas no quisieron comerse. Aun había restos de gacelas muertas a su alrededor, también vio el cuerpo inerte de un león; pero lo único que estaba vivo en ese momento en aquel desolado lugar era el propio Batunga y los millones de moscas y gusanos que pululaban por entre los cadáveres.

Batunga nunca vio a los demonios. No había rastro de ninguno de ellos por alrededor. Simplemente habían desaparecido. Es posible que hubiesen sido devorados por las alimañas o bien alguien como el propio Batunga se había encargado de regresar y llevarse los cuerpos como lo iba a hacer él con quien antaño fue su mejor amigo.

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