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Eran las once con cuarenta minutos, Omar llegó a la desierta estación del metro Panteones con el tiempo justo para tomar el último tren, que lo llevaría a la estación Allende, en donde descendería y caminaría a su casa, que se encuentra en un viejo edificio de la calle República de Cuba.

Como casi todos los días, Omar entró a las instalaciones del metro muy tomado, esa noche había estado con sus amigos jugando cartas, había bebido mucho más de la cuenta y no fue sino hasta que casi se cae de las escaleras para bajar al andén, que cayó en la cuenta de lo borracho que estaba, se asió firmemente al barandal y procedió a bajar con más cuidado.

Ambos andenes estaban desiertos, Omar sabía por experiencia que si no faltara al menos un tren, no lo hubieran dejado entrar a la estación, eso lo tranquilizaba. Le gustaba tomar el primer vagón del convoy, decía que en caso de peligro, el operador estaba muy cerca y podría cuando menos avisar a la seguridad de la estación, así que tomó camino rumbo al inicio del andén con dirección Taxqueña, cuando su embriaguez y un pedazo de baldosa roto lo traicionaron y estuvo a pocos centímetros de caer a las vías, cuando se estaba levantando, vio los pies de un niño pequeño, de unos seis o siete años.

-Tenga cuidado, señor.

-Sí… sí, gracias niño.

Cayó en la cuenta en milisegundos; “niño”, si acababa de ver el andén y no había nadie, además él bajó por el único acceso, no era posible que ahí hubiera alguien, en el andén no hay lugar posible para esconderse o no ser visto. Cuando levantó la cara, vio al niño ahí parado, vestía zapatos negros, unas calcetas negras también que llegaban abajo de la rodilla, pantaloncillo corto y un saco a juego con una corbata negra y camisa blanca. Una vestimenta que no correspondía a la época realmente, pero que bien podría estar relacionada a un niño adinerado, aunque por la zona, lo dudaba mucho.

-¿Qué haces aquí solo?

-No estoy solo, mi mamá está allá.

El niño señalo la escalera y a Omar le regresó el alma al cuerpo, seguramente la madre del niño había subido a los accesos por alguna indicación con los guardias de la entrada o algo, era perfectamente normal que viendo el andén solo, dejara al niño -que por otro lado, no era tan menor- un momento en lo que resolvía su problema.

-Mi mamá está llorando, no sé lo que le pasa.

el comentario del niño lo tomó desprevenido, ya no sentía los efectos del alcohol y le achacaba a ese hecho el sentir un frío muy intenso, casi anormal, un frío que calaba hasta los huesos.

-¿Quieres ir con tu mamá? Te puedo acompañar.

-Sí señor, por favor.

Omar le hizo una seña al niño para que caminara rumbo a las escaleras ¿Qué le había pasado a su mamá? ¿Por qué lloraría? Seguramente cosas de pareja. Justo al llegar al pie de la escalera, sintió ese viento que hace el tren cuando va entrando a la estación, volteó para decirle al niño que seguramente era el último tren del día y que no lo podría acompañar hasta arriba, pero al voltear, el niño ya no estaba.

Muy desconcertado, Omar abordó el vagón más cercano, casi en medio del andén, no tuvo otra opción pues ésta vez, el tren no esperó mucho, de cualquier forma podría ir cambiando de vagón entre estación y estación, tenía nueve de ellas hasta llegar a su destino y poder viajar hasta adelante, cerca del operador. La siguiente estación en su recorrido, es Tacuba, que entronca con la línea siete, que va del Rosario a Barranca del Muerto. Omar se detuvo frente a la puerta para que al abrir ésta, rápidamente se pudiera pasar entre vagones. Al abrir la puerta, casi se cae del susto, el niño de la estación Panteones lo miraba fijamente a los ojos, con un gesto extraño en su rostro, parte sonrisa, parte tristeza. Extrañamente nadie subió tampoco en Tacuba y eso que es una línea troncal en la que normalmente hay más pasajeros que en las estaciones sin transbordos.

No le dio tiempo a reaccionar, el niño seguía ahí parado y las puertas se cerraron, lo vio claramente ahí parado en el andén, observándolo, cuando el tren arrancó de nuevo, el niño lo siguió con la mirada hasta que el convoy se internó en el túnel que lo llevaría a Cuitlahuac.

Se pasó todo el trayecto entre esas dos estaciones pensando en qué había sucedido, probablemente el niño había abordado otro vagón sin que él lo hubiera visto, pero se había quedado en Tacuba, de eso estaba seguro, ahora estaba preocupado, el niño en Tacuba, la mamá en Panteones y la hora, seguramente eran los últimos trenes ¿Cómo iba a regresar a Panteones el niño? o en el peor de los casos ¿Cómo iba a ir a buscarlo su madre? Ojalá que la seguridad del Metro lo viera y lo detuviera en un lugar seguro hasta que su madre fuera por él, los andenes del metro no son lugares para que un niño esté jugando.

Omar estaba tan inmerso en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que el tren ya estaba saliendo de Cuitlahuac “No cambié de vagón”, pensó, aunque de nuevo, nadie había subido al vagón, no parecía que fuera a haber problemas, “ya será en Popotla”, se resignó.

Estaban en medio del túnel que comunica Cuitlahuac con Popotla cuando una voz lo hizo saltar en su asiento.

-Señor ¿Me va a acompañar con mi mamá? Por favor.

Era el niño de la estación Panteones ¡Pero cómo era posible! Él vio claramente cuando se quedó afuera del tren en Tacuba. Omar se restregó los ojos y pensó que estaba teniendo alucinaciones o algo derivado de su abuso con el alcohol, pero el niño se acercó y le tiró de la chamarra.

-Levántese, tiene que ayudarme.

-Suéltame, por favor, no sé qué quieres, pero no te puedo ayudar, ya te dije que éste es el último tren del día, no puedo regresar a donde está tu mamá, tienes que salir del vagón y buscar a un policía.

Estaban entrando a la estación Popotla, Omar tomó al niño por los hombros y tuvo una extraña sensación de tristeza y ansiedad, como si quisiera deshacerse de él lo más pronto posible.

-Mira, vas a subir por esa escalera y vas a buscar a un policía, es importante que no te salgas de la estación, ahí arriba siempre hay gente en los torniquetes, explícales que tu mamá se quedó en la estación Panteones y que seguramente te está buscando, sé buen niño, no preocupes más a tu mamá.

El niño hizo ese gesto extraño y no dijo palabra alguna, llegaron a la estación y Omar lo hizo bajar, ésta vez no lo iba a perder de vista.

-Anda, es por esas escaleras.

Lo vio bajar, caminar por el andén vacío y detenerse a medio camino, cuando estaban cerrando las puertas del tren, volteó y miro a Omar, su mirada le causó a éste un desasosiego y ganas de llorar que no podía comprender, pero el tren empezaba su marcha, él lo veía, parado ahí, en medio del andén, se alejaba…

Omar quería sentarse, sentía las piernas débiles, como si hubiera corrido una gran distancia, seguía con la mirada en el cristal de la puerta por donde había salido el niño, cuando en el reflejo del mismo, lo vio.

-Me llamo Santiago De Jesús Granada Venegas y quiero ir con mi mamá.

Omar sintió que se desmayaba, en la siguiente estación saldría corriendo sin mirar atrás.

-Por favor, no sé qué eres o qué quieres, pero déjame en paz, te lo ruego.

-Solo quiero ir con mi mamá, por favor señor, ayúdeme.

Omar recordó algo que su abuela le decía cuando era niño: “Si una alma en pena te pide ayuda, ofrécele consuelo, una misa, una oración”

-¿Quieres que mande a hacer una misa para que descanses en paz?

Justo en el momento en el que terminó de pronunciar esas palabras, sintió pánico, mentalmente no podía creer que estaba hablando con lo que él creía que era un muerto, un fantasma o una alma en pena. Lentamente giró la cabeza hacia donde el reflejo del cristal mostró al niño segundos antes y no había nada, eso lo calmó un poco, aunque estaba seguro de que llegando a Colegio Militar, saldría corriendo de la estación, no importaba si tenía que caminar desde la Normal hasta su casa, en el centro, no viajaría más en ese solitario vagón.

Se acercó impaciente a la puerta, esperando la llegada del convoy a la siguiente estación, pasó un minuto, dos, tres y hasta cinco y el tren no se detenía, pero tampoco llegaba a la Normal, nervioso quiso asomarse por la puerta que comunica al siguiente vagón, sabía que cuando las condiciones eran propicias, se podía ver de lado a lado del tren a través de esas puertas, asomó la cara tratando de ver la siguiente estación y vio al niño sentado en el suelo del vagón de al lado. Tratando de no llamar su atención, se despegó lentamente de la puerta, el niño permanecía sentado con las piernas cruzadas y una mirada muy triste, dirigida al suelo.

Por fin se visualizó la estación, “en cuanto abran las puertas, saldré corriendo”, pensó. Al abrir las puertas no reparó en nada, lo único que quería era separarse del tren y respirar algo de aire fresco de la calle, subió las escaleras y se encontró con el letrero de frente: “Panteones”… ¿Cómo era posible? Estaba seguro de haber viajado cinco estaciones hasta Normal y sin embargo se encontraba en el punto de partida.

El policía de los torniquetes vio a Omar, tenía la cara desencajada y pálida, se veía realmente asustado.

-Amigo ¿Le puedo ayudar en algo?

-Sí, yo… es que yo…

-No me diga, usted vio a un niño en el andén.

-Sí, pero él… En la Normal, yo.

El policía parecía entender lo que le había sucedido a Omar, lo calmó diciéndole que no era la primer persona que pasaba por una experiencia similar, mucha gente había reportado avistamientos de cosas raras en esa estación a altas horas de la noche, generalmente hombres que venían en estado inconveniente, el policía le contó la leyenda de Santiago, supuesto espíritu que se aparece en la estación Panteones.

La leyenda de Santiago[]

El metro Panteones fue nombrado así, por la zona en la que fue edificado; en la misma, se encuentran los panteones Alemán, Español, Francés, Americano y Sanctorum (entre otros), sin duda un lugar cargado de energía especial. Desde el primer día de operaciones, el personal de la estación del metro Panteones empezó a reportar extraños acontecimientos; voces, llantos, gritos y en algunas ocasiones, avistamientos de gente que no correspondía a la época, el niño Santiago es uno de lo más comunes.

La leyenda del niño Santiago relata la trágica muerte de Santiago De Jesús Granada Venegas, un niño de seis años, él se encontraba jugando con un montículo de tierra, justo en la entrada de su casa, ubicada en la Calzada México-Tacuba, allá por los años 30 cuando todavía la calzada atravesaba campos de cultivo y pequeños pueblos. Una tarde su padre (Rogelio Granada) llegó borracho y enfurecido por una supuesta mala jugada en las cartas, tomó el revólver que irónicamente tenía para proteger a su familia y accidentalmente se le disparó, impactando la bala en la cabeza de Santiago, que no se dio cuenta de lo que pasó.

Su afligida madre no tuvo más remedio que aceptar que el niño fuera enterrado en el patio de la casa para no perder también a su esposo, que meses más tarde, se suicidaría con aquel mismo revólver, ya consumido por la pena y la culpabilidad, él siempre insistió en que por las noches, veía a Santiago jugando en la puerta de la casa, nuca pudo superar el accidente y mucho menos, haber enterrado clandestinamente a su hijo.

Se cuenta que todas las noches la madre le lloraba al niño en el lugar del entierro. Todos los días religiosamente, le hacía oraciones y platicaba con él, los vecinos contaban apenados la degeneración de María Venegas, que perdió a su hijo en un viaje y luego a su marido que se descerrajó un tiro consumido por el alcohol y la tristeza, ella moriría quince años después, según dicen, de la impresión cuando Santiago le habló y le preguntó “¿Por qué lloras, mamá?”. Nadie le dio más importancia al caso.

Los años pasaron y en 1979, durante las labores de construcción de la línea dos del metro, un trabajador encontró los restos de Santiago, que fueron depositados en una fosa común en alguno de los muchos panteones que abundan en la zona. En 1984 se inauguró la estación “Panteones” y todo parecía ser normal, hasta que un operador de tren vio al niño caminando por el andén, como si estuviera perdido, el operador de nombre Luis Garnica, le preguntó que qué hacía ahí, el niño le respondió que esperando a su madre y luego desapareció, Garnica pidió que lo cambiaran de línea inmediatamente, no pudimos entrevistarlo porque falleció en el año 1994 de causas naturales.

Varias son las personas que han visto a Santiago, no tantas las que han interactuado con él, todos coinciden en que el niño parece estar esperando a su madre y que no entiende por qué ella llora, lo cierto es que en los casos más extremos, se han reportado hechos increíbles, gente que ve al niño en el mismo tren, avanza varias estaciones y luego termina en Panteones, como si un capricho de la naturaleza no lo dejara salir del bucle que Santiago creó. Evidentemente las autoridades achacan estos casos a que un borracho no se da cuenta ni en dónde está, pero hacen esfuerzos sospechosamente descomunales para que nada de eso se sepa.

Mucha gente (sobretodo testigos) han llevado veladoras o juguetes al andén de Santiago, pero las autoridades del metro los remueven enseguida para no alimentar más la leyenda y el pánico colectivo, pruebe usted, querido lector, algún día ir a la estación Panteones bajo los efectos del alcohol y pasadas las diez de la noche, puede que Santiago haga su aparición y la próxima entrada en éste blog, sea dedicada a su caso.

Pepe Sosa. Publicada originalmente en El Blog El Tepitazo

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