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Hace un año, cuando mi familia y yo nos mudamos a esta casa, el armario ya estaba ahí; era el único mueble que dejó la familia del dueño original después de que éste muriera, y la casa fuera rehabilitada para ponerse en renta. Era una casa antigua pero tenía una ubicación inmejorable para el trabajo de mi esposa y una renta era muy accesible. De acuerdo al agente de bienes raíces el armario debió quedarse por ser demasiado pesado para moverlo; era un armario tallado a mano en roble oscuro, un mueble firme y robusto de casi 2 metros de altura; en toda su superficie tenía delicadas figuras geométricas talladas sobre la madera que le daban un aspecto muy solemne, sus puertas eran delgadas pero macizas, y según el agente de bienes raíces aquel armario había sido construido por el dueño mismo de la casa, y aunque era un mueble muy antiguo lucía como nuevo; intenté empujarlo para verificar su peso y tras varios intentos no logré moverlo ni un centímetro, por lo que también decidí dejarlo donde estaba, después de todo su ubicación iba de acuerdo con la distribución de muebles que tenía planeada para aquella habitación que sería la principal.



La casa estaba llena de detalles propios de otra época, como decorados de madera tallados en los marcos de las ventanas, y pesadas cerraduras forjadas en cada puerta del interior que carecían de sus llaves originales pero que se conservaban para mantener el aspecto original del inmueble cuyo dueño, según me explicaron, fue un hombre apasionado, especialmente, de la cerrajería.



Varios días después de que terminamos de mudarnos, estaba yo trabajando en mi estudio en la planta baja, mi esposa había salido de viaje de trabajo y sólo mi hija de 6 años estaba en casa, ella jugaba en la planta alta mientras yo estaba en la computadora; sus pasos se oían ir y venir entre las habitaciones del piso superior, tras algunos minutos un inusual silencio me hizo dejar la computadora, quien tenga niños pequeños en casa sabrá que el silencio es algo sospechosamente inusual, por lo que agudicé el oído tratando adivinar qué estaba haciendo mi hija, pero sólo hubo más silencio; estaba a punto de levantarme para ir a checarla cuando escuché un grito suyo, fue un grito breve seguido de un portazo que reconocí proveniente del armario en mi habitación, corrí a las escaleras y mientras subía oí nuevamente sus pasos corriendo a su habitación y cerrando su puerta con calma, lo cual me tranquilizó; cuando entré a su habitación ella estaba sentada al borde de su cama con las manitas entrelazadas mirándome con disimulada seriedad, pensé que seguramente habría estado haciendo alguna travesura y temía ser reprendida, su rostro estaba ligeramente pálido, y en sus ojos noté cierto atisbo de preocupación que atribuí al temor de ser regañada; despreocupado al ver que ella estaba bien pregunté:



-¿Por qué gritaste hija?



-Por nada, estaba jugando; respondió;



-¿En mi armario verdad? Dije sondeando su respuesta;



-No, sólo fue que… ese armario no me gusta nada, papá; dijo con cierta vacilación en su voz.



Pensé que estaba jugando conmigo y quise seguirle la corriente, por lo que me le acerqué de dos grandes sacadas, alzando los brazos y con los dedos de las manos abiertos y apuntando hacia ella aparentando tener garras, y con una voz grave, como si fuera un monstruo de algún cuento para niños, le dije:



-¿Por qué? ¿Crees que dentro pueda estar el lobo feroz esperando para comerse a la caperucita de esta casa?



La tomé entre mis brazos cariñosamente, su rostro quedó sobre mi hombro, y con el mismo tono bajo que uso antes y hablando pausadamente me dijo:



-No, papá, el lobo no se esconde en el armario, ahí es donde encierra a la abuela mientras se disfraza como ella para comerse a caperucita.



La sostuve a la altura de mi rostro para mirar su carilla mientras le respondía con una voz tenue que sonara, a modo de juego, un poco amenazante:



-¡Oh!, tienes razón caperucita, que torpe soy, es la pobre abuelita la que está encerrada en el closet mientras el lobo feroz se hace pasar por ella para…



Hice una pausa para darle un poco de teatralidad a mi juego y continué:



-¡Para comeerteee mejooor!, parafrasee la consabida línea del cuento y rematé con una exagerada risa malévola: “muaa ha ha ha” mientras trataba de hacerle cosquillas en la espalda, pero ni la broma ni los cosquilleos surtieron efecto porque me respondió con un tono de voz plano, sin inflexiones:



-Ese lobo debió ser muy bueno para disfrazarse, papá.

La frialdad en su respuesta me hizo pensar que posiblemente ella estaba más asustada de lo que había pensado, tal vez había llevado demasiado lejos mi broma del lobo feroz, por lo que sin dejar de abrazarla me dirigí a mi habitación para mostrarle que el armario estaba completamente vacío, ya que yo aún no guardaba nada en él, quería mostrarle que no había nada de que temer… aunque después descubrí cuan equivocado estaba.



Entramos a mi cuarto y ante la presencia del armario mi hija se abrazó con miedo a mi cuello, apartando su mirada del mueble que mantenía sus puertas cerradas; con cada paso que me acercaba al armario mi pequeña hija se aferraba más a mí, manteniendo su cara escondida en mi pecho; cuando estuve parado ante las puertas de madera le reiteré a mi asustada hija:

-No tienes de que temer hija, el armario está vacío, ahí no hay ni lobos feroces ni abuelitas atrapadas.



Sostuve a mi hija con el brazo izquierdo, mientras con el otro tomé la perilla de una de las puertas jalándola hacía mi para revelar su interior, estaba abriendo la puerta cuando algo la jaló desde el interior volviéndola a cerrar violentamente dando un estrepitoso portazo, mismo que reconocí como el que oí minutos antes justo después del grito de mi hija, di un paso atrás ante la sorpresa, mi hija me abrazó con gran fuerza al oír aquel segundo portazo, su respiración comenzó a acelerarse, miré al armario buscando una respuesta a lo que acababa de suceder, pero no había nada fuera de lo normal, pensé que tal vez la perilla se me había escapado de la mano e involuntariamente había vuelto a cerrar aquella puerta que al igual que el resto del armario lucía aquellos signos grabados en la madera, volví a colocar mi mano sobre la perilla para re intentar abrir, cuando un sonido brotó desde el interior del armario, sonó como si alguien estuviera adentro y comenzara a moverse; de niño solía jugar a esconderme en el closet de mi madre por lo que reconocí aquel sonido como el de un cuerpo, no muy grande, agitándose en el interior, aquel sonido duró tan sólo un par de segundos pero no me quedó duda de que era el sonido de alguien moviéndose dentro de la estrechez del armario.



Nuevamente quedé inmóvil, pero ya no por la sorpresa, sino por el miedo; mi cerebro buscó alguna explicación lógica a lo que mis ojos y oídos acaban de percibir, pensé que tal vez algún animal, tal vez un perro callejero, se había metido en la casa guareciéndose en aquel armario, pero de inmediato vi cuan estúpido sonaba eso, por lo que decidí que debía averiguar, fuera lo que fuera, qué era lo que ahí dentro se movía; así que re afiancé con mi brazo izquierdo a mi hija quien se mantenía encaramada a mí, y una vez más tomé la perilla del closet, mi cuerpo se tensó a la par que jalaba con fuerza la puerta, pero ésta se mantenía inmóvil, como si la sujetaran desde el interior, relajé mi brazo un segundo y volví a jalar hacía mí, ahora con mayor esfuerzo, logrando que se entreabriera un par de centímetros, pero aquello que se me oponía desde dentro volvió a arremeter hacía el interior haciendo que ambas puertas se unieran una vez más impidiéndome ver el interior.



No podía creer lo que estaba pasando, supe que algo o alguien estaba dentro del armario, quité con incredulidad mi mano de la perilla y guardé silencio tratando de reconocer algún sonido del interior, pero lo único que se oía en la habitación eran los sollozos de mi hija a quien yo seguía abrazando; transcurrió otro par de segundos, y mientras mantenía fija mi mirada en aquel armario, desde su interior se dejaron oír tres golpes: ¡Toc, Toc, Toc!, eran tres golpecillos ligeros y acompasados, como los que hacemos al llamar con la mano a la puerta de alguien más; parecía como si aquello que estuviera dentro tocara para que lo dejaran salir; la piel se me erizó y el pánico comenzó a apoderarse de mí, al parecer alguien había irrumpido en mi casa ocultándose en aquel armario, y había estado a solas con mi hija en el piso de arriba mientras yo estaba trabajando; retrocedí un paso disponiéndome a huir con mi hija cuando aquellos golpes volvieron a resonar, sólo que ligeramente más fuertes, como si trataran de captar mi atención: ¡TOC, TOC, TOC!, el miedo inundó mi cuerpo, nuevamente quise girarme hacía la salida de la habitación pero como si mis movimientos fueran captados por lo que estuviera dentro del armario aquellos golpes resonaron una vez más, sólo que ahora con furia: ¡TOC, TOC, TOC!, mi hija y yo estábamos a tan sólo un brazo de distancia de aquellas puertas y temí que si hacía otro movimiento aquello que llamaba a la puerta del armario se liberara, por lo que sólo me atrevía a preguntar con voz entrecortada:



-¿Quién está ahí?



Pero como respuesta recibí el sonido de lo que creí era una mano arañando la madera del interior del armario, era un rasquido tenue que duró pocos segundos, se detuvo tan súbitamente como había aparecido, y en su lugar comenzó a oírse un susurro que llegaba hasta mi acallado por la madera del mueble que lo contenía, y aunque se oía lejano supe que se trataba de una voz, tenía algo que me pareció reconocer pero no lograba identificar; el susurro continuó y me pareció que sonaba más como un lamento, no entendía lo qué estaba diciendo y no ver a quien lo emitía hacía aún más difícil su comprensión; escuché algunas inflexiones repetidas en aquella susurrante voz por lo que asumí que estaba diciendo una y otra vez la misma frase, me acerqué un poco para escuchar con más claridad, y nuevamente me pareció reconocer aquella voz que me musitaba algo entre siseos, me acerqué aún más dispuesto a enterarme de una vez por todas qué era todo eso, y cuando mi cara estuvo a pocos centímetros de las puertas del armario entendí al fin lo que la voz del armario estaba diciendo:



-Papá no puedo salir, me engañaron, dijeron que querían jugar conmigo y me metieron aquí para tomar mi lugar… Papá no puedo salir, me engañaron, dijeron que querían jugar conmigo y me metieron aquí para tomar mi lugar… Papá no pued…

Aquella era la voz de mi propia hija a quien yo estaba cargando en ese momento, incliné mi cabeza en dirección a su cuerpo para verificar que no me estuviera jugando una broma, pero ella se mantenía replegada a mí sollozando ligeramente, no podía ver su rostro pues estaba agazapada contra mi pecho, pero estaba seguro que acababa de oír su voz dentro del armario y al mismo tiempo podía oír sollozos a la altura de mis hombros, ¿cómo era posible que mi hija, a quien sostenía en brazos me estuviera hablando desde el interior de aquel mueble?

No reconocí su voz antes por los seseantes susurros, pero no me quedó duda de que era su voz, cualquier padre reconoce la voz de su hija pequeña, e igualmente cualquier padre reconoce a sus hijos al abrazarlos, justo del modo que yo sabía que la frágil niña entre mis brazos también era mi hija, o al menos alguna de las dos, la que me hablaba desde dentro del armario o la que estaba en mis brazos, lo era.



Tomé a mi hija con ambas manos para sostenerla frente a mí y ver su cara, en sus ojos había algunas lágrimas contenidas y tenía una expresión triste que cambio en un segundo, pues la desconsolada mueca en su diminuta boca comenzó a transformarse en una ligera sonrisa que fue creciendo poco a poco, al principio era una sonrisa similar a la que hace cualquier niño cuando está jugando, pero en cuestión de segundos se convirtió en una sonrisa de desafiante burla, era una expresión que no le había visto nunca en su pequeño rostro, y conforme los segundos transcurrieron la sonrisa se fue marcando más y más en sus facciones, haciendo muy notorios los pómulos de su cara la cual siempre había sido tersa y mullida pero en ese momento se notaba fibrosa y rígida, incluso sus ojos, que siempre habían sido muy redondos, comenzaron a entrecerrarse en una mirada socarrona que delineaba severos pliegues en las comisuras externas de cada ojo, haciendo que las lágrimas que había en ellos escurrieran hacia sus mejillas que estaban igualmente tensas, dándole una expresión correosa al que fuera el tierno rostro de mí hija; aquella expresión simplemente no era propio de ella, o al menos nunca lo había sido.



Al no poder reconocer el rostro de mi hija un escalofrío subió desde mis pies hasta mi nuca, sentí repulsión ante esa extraña cara que me miraba con ironía, mis brazos comenzaron a perder fuerza ante el miedo que mi propia hija me provocaba, la bajé lentamente dejándola de pie en el suelo, retiré con desconfianza mis manos sin quitarle la mirada de encima, ella alzaba su cara en dirección mía sin quitar aquella horrible expresión de su rostro; di un paso atrás, el susurro que había oído desde el interior del armario volvió a resonar en mi cabeza, pero no supe si lo estaba escuchando o tan sólo lo estaba recreando en mi mente; en ese momento, la niña parada frente a mí soltó una escandalosa carcajada, de su diminuta boca brincó un hilo de saliva que llegó hasta su barbilla; aunque esa risa ya se la había oído antes había algo rara en ella, algo nuevo, no supe bien qué pero sonó como si aquella risa estuviera duplicada, como si fueran dos risas iguales sólo que ligeramente desfasadas, como un eco inmediato a su propia carcajada, y aunque duró tan sólo un par de segundos, quedó grabada en mi mente para siempre.



Ella echó a correr hacía su cuarto como si estuviera jugando, pero yo me quedé inmóvil ante el miedo que la transformación en su cara me produjo; me gire otra vez hacia el armario que aguardaba estático, quería abrirlo pero mis brazos no respondían, me tomó un minuto tranquilizarme, acerqué mi oído a las puertas del armario para verificar si el susurro persistía, y me pareció que aún estaba ahí, sólo que ahora más lejano, apenas perceptible pero repitiendo, apagándose poco a poco hasta desaparecer por completo; sólo entonces las puertas del armario se abrieron lentamente, con calma, como si una tenue brisa hubiera soplado desde su interior empujando con delicadeza aquellas puertas que momentos antes se mantuvieran férreamente atrancadas, revelando su interior completamente vacío.



No hablé con mi hija el resto de la tarde, ella no salió de su habitación pero yo supe que ahí estaba porque oía sus pasos, aguardé en la planta baja hasta el anochecer cuando mi esposa regresó, y mientras le contaba lo sucedido ella me miraba con incredulidad, incluso yo mismo no podía creer mis propias palabras al oírlas en voz alta, y aunque en el momento en que todo sucedió yo estaba seguro de haber oído la voz de mi hija dentro del armario al mismo tiempo que la sostenía en mis brazos, al contárselo a mi esposa comencé a dudar de mí mismo, tal vez todo había sido un episodio de febril imaginación de mí parte, pero el recuerdo de aquella nefasta expresión de burla en el rostro de mi hija me decía lo contrario. Mi esposa estaba cansada por el viaje y quiso cerrar aquella conversación, que seguramente le sonaba a puros disparates de parte mía, diciéndome que lo más probable fue que nuestra hija estaba jugando conmigo;



-Ya ves cuan ocurrentes son los niños, -me dijo- además ya sabes cuanto le gusta ese cuento de la caperucita y el lobo feroz; y se dirigió a la planta alta para saludar a su hija, quien salió de su habitación a recibirla muy sonriente y juguetona, como si nada hubiera sucedido. Desde entonces, cuando mi esposa no está presente o no está prestando atención, mi hija me mira de un modo extraño, juro que es sorna lo que veo en sus ojos, y justo antes de quitarme la mirada de encima suele espetarme una sonrisa que no puedo interpretar de otro modo que no sea de burla.



Han pasado un par de años desde estos sucesos, y aunque he hecho grandes esfuerzos por decirme a mí mismo que todo fue producto de mi imaginación y que con mi hija no hay nada extraño no puedo negar que su presencia me produce una sensación que alterna entre el miedo, la desconfianza y el repudio. Cuando mi esposa sale de casa suelo encerrarme en mi estudio, lejos de esa niña a quien solía amar con todo mi corazón, y a quien oigo caminar en el piso superior haciéndose pasar por mi hija. Tal vez lo que construyó el viejo cerrajero que vivió en esta casa no fue un armario, tal vez era otra cerradura sin llave que abría otro tipo de puerta.



No soporto estar cerca de mi hija y no puedo huir de ella, después de todo sigue siendo mi hija aunque no lo sea, ¿cómo explicar esto sin parecer un demente? o ¿cómo intentar demostrarlo sin hacerle daño a aquello que debiera ser prioridad para cualquier buen padre?



Mi esposa -o cualquier persona en el planeta- jamás podría entender que no es mi hija la que habita en ese cuerpo, que ya no es ella, ¿cómo explicar semejante locura?



Por mi parte no tengo otro remedio que seguir interpretando mi papel de padre, porque sé ella seguirá interpretando el suyo como nuestra hija. Simplemente estoy atrapado, como si fuera yo el que ahora estuviera confinado dentro de aquel armario. Trato de mantenerme alejado, en la medida de lo posible, de mi hija, porque sé que hay algo oculto dentro de ella, algo que jamás podré revelar, pero que sé que está escondido dentro, como una oscuridad guardada, como la oscuridad que acecha al interior de un armario cerrado.

El abuelo y el armario

https://youtu.be/mthjNIZZ0GQ

Este es nuestro podcast de terror:  https://youtu.be/mthjNIZZ0GQ

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